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Harry Potter y la piedra filosofal - 17

Posted by Digital Solutions Perú EIRL On 1/07/2009 09:53:00 a. m. No comments

17

El hombre con dos caras


Era Quirrell.
—¡Usted! —exclamó Harry.
Quirrell sonrió. Su rostro no tenía ni sombra del tic.
—Yo —dijo con calma— me preguntaba si me iba a en¬contrar contigo aquí, Potter.
—Pero yo pensé... Snape...
—¿Severus? —Quirrell rió, y no fue con su habitual so¬nido tembloroso y entrecortado, sino con una risa fría y agu¬da—. Sí, Severus parecía ser el indicado, ¿no? Fue muy útil tenerlo dando vueltas como un murciélago enorme. Al lado de él ¿quién iba a sospechar del po-pobre tar-tamudo p-profe¬sor Quirrell?
Harry no podía aceptarlo. Aquello no podía ser verdad, no podía ser.
—¡Pero Snape trató de matarme!
—No, no, no. Yo traté de matarte. Tu amiga, la señorita Granger, accidentalmente me atropelló cuando corría a pren¬derle fuego a Snape, en ese partido de quidditch. Y rompió el contacto visual que yo tenía contigo. Unos segundos más y te habría hecho caer de esa escoba. Y ya lo habría conseguido, si Snape no hubiera estado murmurando un contramaleficio, tratando de salvarte.
—¿Snape trataba de salvarme a mí?
—Por supuesto —dijo fríamente Quirrell—. ¿Por qué crees que quiso ser árbitro en el siguiente partido? Estaba tratando de asegurarse de que yo no pudiera hacerlo otra vez. Gracioso, en realidad... no necesitaba molestarse. No podía hacer nada con Dumbledore mirando. Todos los otros profesores creyeron que Snape trataba de impedir que Gryffindor ganase, se ha hecho muy impopular... Y qué pér¬dida de tiempo cuando, después de todo eso, voy a matarte esta noche.
Quirrell chasqueó los dedos. Unas sogas cayeron del aire y se enroscaron en el cuerpo de Harry, sujetándolo con fuerza.
—Eres demasiado molesto para vivir, Potter. Deslizán¬dote por el colegio, como en Halloween, porque me descubris¬te cuando iba a ver qué era lo que vigilaba la Piedra.
—¿Usted fue el que dejó entrar al trol?
—Claro. Yo tengo un don especial con esos monstruos. ¿No viste lo que le hice al que estaba en la otra habitación? Desgraciadamente, cuando todos andaban corriendo por ahí para buscarte, Snape, que ya sospechaba de mí, fue directa¬mente al tercer piso para ganarme de mano, y no sólo hizo que mi monstruo no pudiera matarte, sino que ese perro de tres cabezas no mordió la pierna de Snape de la manera en que debería haberlo hecho...
Hizo una pausa:
—Ahora, espera tranquilo, Potter. Necesito examinar este interesante espejo.
De pronto, Harry vio lo que estaba detrás de Quirrell. Era el espejo de Oesed.
—Este espejo es la llave para poder encontrar la Piedra —murmuró Quirrell, dando golpecitos alrededor del mar¬co—. Era de esperar que Dumbledore hiciera algo así... pero él está en Londres... Cuando pueda volver, yo ya estaré muy lejos.
Lo único que se le ocurrió a Harry fue tratar de que Quirrell siguiera hablando y dejara de concentrarse en el espejo.
—Lo vi a usted y a Snape en el bosque... —dijo de golpe.
—Sí —dijo Quirrell, sin darle importancia, paseando alrededor del espejo para ver la parte posterior—. Me esta¬ba siguiendo, tratando de averiguar hasta dónde había llegado. Siempre había sospechado de mí. Trató de asustar¬me... Como si pudiera, cuando yo tengo a lord Voldemort de mi lado...
Quirrell salió de detrás del espejo y se miró en él con enfado.
—Veo la Piedra... se la presento a mi maestro... pero ¿dónde está?
Harry luchó con las sogas qué lo ataban, pero no se aflo¬jaron. Tenía que evitar que Quirrell centrara toda su aten¬ción en el espejo.
—Pero Snape siempre pareció odiarme mucho.
—Oh, sí—dijo Quirrell, con aire casual— claro que sí. Estaba en Hogwarts con tu padre, ¿no lo sabías? Se de¬testaban. Pero nunca quiso que estuvieras muerto.
—Pero hace unos días yo lo oí a usted, llorando... Pensé que Snape lo estaba amenazando...
Por primera vez, un espasmo de miedo cruzó el rostro de Quirrell.
—Algunas veces —dijo— me resulta difícil seguir las instrucciones de mi maestro... Él es un gran mago y yo soy débil...
—¿Quiere decir que él estaba en el aula con usted? —pre¬guntó Harry
—Él está conmigo dondequiera que vaya —dijo con cal¬ma Quirrell—. Lo conocí cuando viajaba por el mundo. Yo era un joven tonto, lleno de ridículas ideas sobre el mal y el bien. Lord Voldemort me demostró lo equivocado que estaba. No hay ni mal ni bien, sólo hay poder y personas demasiado dé¬biles para buscarlo... Desde entonces le he servido fielmente, aunque muchas veces le he fallado. Tuvo que ser muy severo conmigo. —Quirrell se estremeció súbitamente—. No perdo¬na fácilmente los errores. Cuando fracasé en robar esa Pie¬dra de Gringotts, se disgustó mucho. Me castigó... decidió que tenía que vigilarme muy de cerca...
La voz de Quirrell se apagó. Harry recordó su viaje al ca¬llejón Diagon... ¿Cómo había podido ser tan estúpido? Había visto a Quirrell aquel mismo día y se habían estrechado las manos en el Caldero Chorreante.
Quirrell maldijo entre dientes.
—No comprendo... ¿La Piedra está dentro del espejo? ¿Tengo que romperlo?
La mente de Harry funcionaba a toda máquina.
«Lo que más deseo en el mundo en este momento —pen¬só— es encontrar la Piedra antes de que lo haga Quirrell. Entonces, si miro en el espejo, podría verme encontrándola... ¡Lo que quiere decir que veré dónde está escondida! Pero ¿cómo puedo mirar sin que Quirrell se dé cuenta de lo que quiero hacer?
Trató de torcerse hacia la izquierda, para ponerse frente al espejo sin que Quirrell lo notara, pero las sogas que tenía alrededor de los tobillos estaban tan tensas que lo hicieron caer. Quirrell no le prestó atención. Seguía hablando para sí mismo.
—¿Qué hace este espejo? ¿Cómo funciona? ¡Ayúdame, Maestro!
Y para el horror de Harry, una voz le respondió, una voz que parecía salir del mismo Quirrell.
—Utiliza al muchacho... Utiliza al muchacho...
Quirrell se volvió hacia Harry.
—Sí... Potter... ven aquí.
Hizo sonar las manos una vez y las sogas cayeron. Harry se puso lentamente de pie.
—Ven aquí —repitió Quirrell—. Mira en el espejo y dime lo que ves.
Harry se aproximó.
«Tengo que mentir —pensó, desesperado—, tengo que mirar y mentir sobre lo que veo, eso es todo.»
Quirrell se le acercó por detrás. Harry respiró el extraño olor que parecía salir del turbante de Quirrell. Cerró los ojos, se detuvo frente al espejo y los volvió a abrir.
Se vio reflejado, muy pálido y con cara de asustado. Pero un momento más tarde, su reflejo le sonrió. Puso la mano en el bolsillo y sacó una piedra de color sangre. Le guiñó un ojo y volvió a guardar la Piedra en el bolsillo y, cuando lo hacía, Harry sintió que algo pesado caía en su bolsillo real. De alguna manera (era algo increíble) había conseguido la Piedra.
—¿Bien? —dijo Quirrell con impaciencia—. ¿Qué es lo que ves?
Harry, haciendo de tripas corazón, contestó:
—Me veo con Dumbledore, estrechándonos las manos —inventó—. Yo... he ganado la copa de la casa para Gryffindor. Quirrell maldijo otra vez.
—Quítate de ahí —dijo. Cuando Harry se hizo a un lado, sintió la Piedra Filosofal contra su pierna. ¿Se atrevería a es¬capar?
Pero no había dado cinco pasos cuando una voz aguda habló, aunque Quirrell no movía los labios.
—Él miente... él miente...
—¡Potter, vuelve aquí! —gritó Quirrell—. ¡Dime la ver¬dad! ¿Qué es lo que has visto?
La voz aguda se oyó otra vez.
—Déjame hablar con él... cara a cara...
—¡Maestro, no está lo bastante fuerte todavía!
—Tengo fuerza suficiente... para esto.
Harry sintió como si el Lazo del Diablo lo hubiera clava¬do en el suelo. No podía mover ni un músculo. Petrificado, ob¬servó a Quirrell, que empezaba a desenvolver su turbante. ¿Qué iba a suceder? El turbante cayó. La cabeza de Quirrell parecía extrañamente pequeña sin él. Entonces, Quirrell se dio la vuelta lentamente.
Harry hubiera querido gritar, pero no podía dejar salir ningún sonido. Donde tendría que haber estado la nuca de Quirrell, había un rostro, la cara más terrible que Harry hubiera visto en su vida. Era de color blanco tiza, con brillan¬tes ojos rojos y ranuras en vez de fosas nasales, como las ser¬pientes.
—Harry Potter... —susurró.
Harry trató de retroceder, pero sus piernas no le res¬pondían.
—¿Ves en lo que me he convertido? —dijo la cara—. No más que en sombra y quimera... Tengo forma sólo cuando puedo compartir el cuerpo de otro... Pero siempre ha habi¬do seres deseosos de dejarme entrar en sus corazones y en sus mentes... La sangre de unicornio me ha dado fuerza en es¬tas semanas pasadas... tú viste al leal Quirrell bebiéndo¬la para mí en el bosque... y una vez que tenga el Elixir de la Vida seré capaz de crear un cuerpo para mí... Ahora... ¿por qué no me entregas la Piedra que tienes en el bolsillo?
Entonces él lo sabía. La idea hizo que de pronto las pier¬nas de Harry se tambalearan.
—No seas tonto —se burló el rostro—. Mejor que salves tu propia vida y te unas a mí... o tendrás el mismo final que tus padres... Murieron pidiéndome misericordia...
—¡MENTIRA! —gritó de pronto Harry.
Quirrell andaba hacia atrás, para que Voldemort pudie¬ra mirarlo. La cara maligna sonreía.
—Qué conmovedor —dijo—. Siempre consideré la valen¬tía... Sí, muchacho, tus padres eran valientes... Maté prime¬ro a tu padre y luchó con valor... Pero tu madre no tenía que morir... ella trataba de protegerte... Ahora, dame esa Piedra, a menos que quieras que tu madre haya muerto en vano.
—¡NUNCA!
Harry se movió hacia la puerta en llamas, pero Volde¬mort gritó: ¡ATRÁPALO! y, al momento siguiente, Harry sin¬tió la mano de Quirrell sujetando su muñeca. De inmediato, un dolor agudo atravesó su cicatriz y sintió como si la cabeza fuera a partírsele en dos. Gritó, luchando con todas sus fuer¬zas y, para su sorpresa, Quirrell lo soltó. El dolor en la cabeza amainó...
Miró alrededor para ver dónde estaba Quirrell y lo vio doblado de dolor, mirándose los dedos, que se ampollaban ante sus ojos.
—¡ATRÁPALO! ¡Atrápalo! —rugía otra vez Voldemort, y Quirrell arremetió contra Harry, haciéndolo caer al suelo y apretándole el cuello con las dos manos... La cicatriz de Harry casi lo enceguecía de dolor y, sin embargo, pudo ver a Quirrell chillando desesperado.
—Maestro, no puedo sujetarlo... ¡Mis manos... mis manos! Y Quirrell, aunque mantenía sujeto a Harry aplastán¬dolo con las rodillas, le soltó el cuello y contempló, aterroriza¬do, sus manos. Harry vio que estaban quemadas, en carne viva, con ampollas rojas y brillantes.
—¡Entonces mátalo, idiota, y termina de una vez! —ex¬clamó Voldemort.
Quirrell levantó la mano para lanzar un maleficio mor¬tal, pero Harry, instintivamente, se incorporó y se aferró a la cara de Quirrell.
—¡AAAAAAH!
Quirrell se apartó, con el rostro también quemado, y en¬tonces Harry se dio cuenta: Quirrell no podía tocar su piel sin sufrir un dolor terrible. Su única oportunidad era sujetar a Quirrell, que sintiera tanto dolor como para impedir que hi¬ciera el maleficio...
Harry se puso de pie de un salto, cogió a Quirrell de un brazo y lo apretó con fuerza. Quirrell gritó y trató de empu¬jar a Harry. El dolor de cabeza de éste aumentaba y el muchacho no podía ver, solamente podía oír los terribles ge¬midos de Quirrell y los aullidos de Voldemort: ¡MÁTALO! ¡MÁ¬TALO!, y otras voces, tal vez sólo en su cabeza, gritando: «¡Harry! ¡Harry!».
Sintió que el brazo de Quirrell se iba soltando, supo que estaba perdido, sintió que todo se oscurecía y que caía... caía... caía...


Algo dorado brillaba justo encima de él. ¡La snitch! Trató de atraparla, pero sus brazos eran muy pesados.
Pestañeé. No era la snitch. Eran un par de gafas. Qué raro.
Pestañeó otra vez. El rostro sonriente de Albus Dumble¬dore se agitaba ante él.
—Buenas tardes, Harry —dijo Dumbledore.
Harry lo miró asombrado. Entonces recordó.
—¡Señor! ¡La Piedra! ¡Era Quirrell! ¡Él tiene la Piedra! Señor, rápido...
—Cálmate, qúerido muchacho, estás un poco atrasado —dijo Dumbledore—. Quirrell no tiene la Piedra.
—¿Entonces quién la tiene? Señor, yo...
—Harry, por favor, cálmate, o la señora Pomfrey me echará de aquí.
Harry tragó y miró alrededor. Se dio cuenta de que debía de estar en la enfermería. Estaba acostado en una cama, con sábanas blancas de hilo, y cerca había una mesa, con una enorme cantidad de paquetes, que parecían la mitad de la tienda de golosinas
—Regalos de tus amigos y admiradores —dijo Dumble¬dore, radiante—. Lo que sucedió en las mazmorras entre tú y el profesor Quirrell es completamente secreto, así que, na¬turalmente, todo el colegio lo sabe. Creo que tus amigos, los señores Fred y George Weasley, son responsables de tratar de enviarte un inodoro. No dudo que pensaron que eso te di¬vertiría. Sin embargo, la señora Pomfrey consideró que no era muy higiénico y lo confiscó.
—¿Cuánto tiempo hace que estoy aquí?
—Tres días. El señor Ronald Weasley y la señorita Gran¬ger estarán muy aliviados al saber que has recuperado el co¬nocimiento. Han estado sumamente preocupados.
—Pero señor, la Piedra...
—Veo que no quieres que te distraiga. Muy bien, la Pie¬dra. El profesor Quirrell no te la pudo quitar. Yo llegué a tiem¬po para evitarlo, aunque debo decir que lo estabas haciendo muy bien.
—¿Usted llegó? ¿Recibió la lechuza que envió Hermione?
—Nos debimos cruzar en el aire. En cuanto llegué a Lon¬dres, me di cuenta de que el lugar en donde debía estar era el que había dejado. Llegué justo a tiempo para quitarte a Qui¬rrell de encima...
—Fue usted.
—Tuve miedo de haber llegado demasiado tarde.
—Casi fue así, no habría podido aguantar mucho más sin que me quitara la Piedra...
—No por la Piedra, muchacho, por ti... El esfuerzo casi te mata. Durante un terrible momento tuve miedo de que fuera así. En lo que se refiere a la Piedra, fue destruida.
—¿Destruida? —dijo Harry sin entender—. Pero su ami¬go... Nicolás Flamel...
—¡Oh, sabes lo de Nicolás! —dijo contento Dumbledo¬re—. Hiciste bien los deberes, ¿no es cierto? Bien, Nicolás y yo tuvimos una pequeña charla y estuvimos de acuerdo en que era lo mejor.
—Pero eso significa que él y su mujer van a morir, ¿no?
—Tienen suficiente Elixir guardado para poner sus asuntos en orden y luego, sí, van a morir.
Dumbledore sonrió ante la expresión de desconcierto que se veía en el rostro de Harry.
—Para alguien tan joven como tú, estoy seguro de que parecerá increíble, pero para Nicolás y Perenela será real¬mente como irse a la cama, después de un día muy, muy largo. Después de todo, para una mente bien organizada, la muer¬te no es más que la siguiente gran aventura. Sabes, la Piedra no era realmente algo tan maravilloso. ¡Todo el dinero y la vida que uno pueda desear! Las dos cosas que la mayor parte de los seres humanos elegirían... El problema es que los hu¬manos tienen el don de elegir precisamente las cosas que son peores para ellos.
Harry yacía allí, sin saber qué decir. Dumbledore cantu¬rreó durante un minuto y después sonrió hacia el techo.
—¿Señor? —dijo Harry—. Estuve pensando... Señor, aunque la Piedra ya no esté, Vol... quiero decir Quién-us¬ted-sabe...
—Llámalo Voldemort, Harry. Utiliza siempre el nombre correcto de las cosas. El miedo a un nombre aumenta el mie¬do a la cosa que se nombra.
—Sí, señor. Bien, Voldemort intentará volver de nuevo, ¿no? Quiero decir... No se ha ido, ¿verdad?
—No, Harry, no se ha ido. Está por ahí, en algún lugar, tal vez buscando otro cuerpo para compartir... Como no está realmente vivo, no se le puede matar. Él dejó morir a Qui¬rrell, muestra tan poca misericordia con sus seguidores como con sus enemigos. De todos modos, Harry, tú tal vez has re¬trasado su regreso al poder. La próxima vez hará falta algún otro preparado para luchar y, si lo detienen otra vez y otra vez, bueno, puede ser que nunca vuelva al poder.
Harry asintió, pero se detuvo rápidamente, porque eso hacía que le doliera más la cabeza. Luego dijo:
—Señor, hay algunas cosas más que me gustaría saber, si me las puede decir... cosas sobre las que quiero saber la verdad...
—La verdad —Dumbledore suspiró—. Es una cosa terri¬ble y hermosa, y por lo tanto debe ser tratada con gran cuida¬do. Sin embargo, contestaré tus preguntas a menos que ten¬ga una muy buena razón para no hacerlo. Y en ese caso te pido que me perdones. Por supuesto, no voy a mentirte.
—Bien... Voldemort dijo que sólo mató a mi madre por¬que ella trató de evitar que me matara. Pero ¿por qué iba a querer matarme a mí en primer lugar?
Aquella vez, Dumbledore suspiró profundamente.
—Vaya, la primera cosa que me preguntas y no puedo contestarte. No hoy. No ahora. Lo sabrás, un día... Quítatelo de la cabeza por ahora, Harry. Cuando seas mayor... ya sé que eso es odioso... bueno, cuando estés listo, lo sabrás.
Y Harry supo que no sería bueno discutir.
—¿Y por qué Quirrell no podía tocarme?
—Tu madre murió para salvarte. Si hay algo que Volde¬mort no puede entender es el amor. No se dio cuenta de que un amor tan poderoso como el de tu madre hacia ti deja mar¬cas poderosas. No una cicatriz, no un signo visible... Haber sido amado tan profundamente, aunque esa persona que nos amó no esté, nos deja para siempre una protección. Eso está en tu piel. Quirrell, lleno de odio, codicia y ambición, compartiendo su alma con Voldemort, no podía tocarte por esa ra¬zón. Era una agonía el tocar a una persona marcada por algo tan bueno.
Entonces Dumbledore se mostró muy interesado en un pájaro que estaba cerca de la cortina, lo que le dio tiempo a Harry para secarse los ojos con la sábana. Cuando pudo ha¬blar de nuevo, Harry dijo:
—¿Y la capa invisible... sabe quién me la mandó?
—Ah... Resulta que tu padre me la había dejado y pensé que te gustaría tenerla. —Los ojos de Dumbledore brilla¬ron—. Cosas útiles... Tu padre la utilizaba sobre todo para robar comida en la cocina, cuando estaba aquí.
—Y hay algo más...
—Dispara.
—Quirrell dijo que Snape...
—El profesor Snape, Harry
—Sí, él... Quirrell dijo que me odia, porque odiaba a mi padre. ¿Es verdad?
—Bueno, ellos se detestaban uno al otro. Como tú y el se¬ñor Malfoy. Y entonces, tu padre hizo algo que Snape nunca pudo perdonarle.
—¿Qué?
—Le salvó la vida.
—¿Qué?
—Sí... —dijo Dumbledore, con aire soñador—. Es curio¬sa la forma en que funciona la mente de la gente, ¿no es cier¬to? El profesor Snape no podía soportar estar en deuda con tu padre... Creo que se esforzó tanto para protegerte este año porque sentía que así estaría en paz con él. Así podría seguir odiando la memoria de tu padre, en paz...
Harry trató de entenderlo, pero le hacía doler la cabeza, así que lo dejó.
—Y señor, hay una cosa más...
—¿Sólo una?
—¿Cómo pude hacer que la Piedra saliera del espejo?
—Ah, bueno, me alegro de que me preguntes eso. Fue una de mis más brillantes ideas y, entre tú y yo, eso es decir mucho. Sabes, sólo alguien que quisiera encontrar la Piedra, encontrarla, pero no utilizarla, sería capaz de conseguirla. De otra forma, se verían haciendo oro o bebiendo el Elixir de la Vida. Mi mente me sorprende hasta a mí mismo... Bueno, suficientes preguntas. Te sugiero que comiences a comer esas golosinas. Ah, las grageas de todos los sabores. En mi ju¬ventud tuve la mala suerte de encontrar una con gusto a vó¬mito y, desde entonces, me temo que dejaron de gustarme. Pero creo que no tendré problema con esta bonita gragea, ¿no te parece?
Sonrió y se metió en la boca una gragea de color dorado. Luego se atragantó y dijo:
—¡Ay de mí! ¡Cera del oído!


La señora Pomfrey era una mujer buena, pero muy estricta.
—Sólo cinco minutos —suplicó Harry
—Ni hablar.
—Usted dejó entrar al profesor Dumbledore...
—Bueno, por supuesto, es el director, es muy diferente. Necesitas descansar.
—Estoy descansando, mire, acostado y todo lo demás. Oh, vamos, señora Pomfrey..
—Oh, está bien —dijo—. Pero sólo cinco minutos.
Y dejó entrar a Ron y Hermione.
—¡Harry!
Hermione parecía lista para lanzarse en sus brazos, pero Harry se alegró de que se contuviera, porque le dolía la cabeza.
—Oh, Harry; estábamos seguros de que te... Dumbledore estaba tan preocupado...
—Todo el colegio habla de ello —dijo Ron—. ¿Qué es lo que realmente pasó?
Fue una de esas raras ocasiones en que la verdadera his¬toria era aún más extraña y apasionante que los más extraños rumores. Harry les contó todo: Quirrell, el espejo, la Pie¬dra y Voldemort. Ron y Hermione eran muy buen público, jadeaban en los momentos apropiados y, cuando Harry les dijo lo que había debajo del turbante de Quirrell, Hermione gritó muy fuerte.
—¿Entonces la Piedra no existe? —dijo por ultimo Ron—. ¿Flamel morirá?
—Eso es lo que yo dije, pero Dumbledore piensa que... ¿cómo era? Ah, sí: «Para las mentes bien organizadas, la muerte es la siguiente gran aventura».
—Siempre dije que era un chiflado —dijo Ron, muy im¬presionado por lo loco que estaba su héroe.
—¿Y qué os pasó a vosotros dos? —preguntó Harry.
—Bueno, yo volví —dijo Hermione—, desperté a Ron (tardé un rato largo) y, cuando íbamos a la lechucería para comunicarnos con Dumbledore, lo encontramos en el vestí¬bulo de entrada, y él ya lo sabía, porque nos dijo: «Harry se fue a buscarlo, ¿no?», y subió al tercer piso.
—¿Crees que él quería que lo hicieras? —dijo Ron—. ¿Enviándote la capa de tu padre y todo eso?
—Bueno —estalló Hermione—. Si lo hizo... eso es terri¬ble... te podían haber matado.
—No, no fue así —dijo Harry con aire pensativo—. Dum¬bledore es un hombre muy especial. Yo creo que quería dar¬me una oportunidad. Creo que él sabe, más o menos, todo lo que sucede aquí. Acepto que debía de saber lo que íbamos a intentar y, en lugar de detenernos, nos enseñó lo suficiente para ayudarnos. No creo que fuera por accidente que me dejó encontrar el espejo y ver cómo funcionaba. Es casi como si él pensara que yo tenía derecho a enfrentarme a Voldemort, si podía...
—Bueno, sí, está bien —dijo Ron—. Escucha, debes es¬tar levantado para mañana, es la fiesta de fin de curso. Ya están todos los puntos y Slytherin ganó, por supuesto. Te per¬diste el último partido de quidditch. Sin ti, nos ganó Raven¬claw, pero la comida será buena.
En aquel momento, entró la señora Pomfrey
—Ya habéis estado quince minutos, ahora FUERA—dijo con severidad.


Después de una buena noche de sueño, Harry se sintió casi bien.
—Quiero ir a la fiesta —dijo a la señora Pomfrey, mien¬tras ella le ordenaba todas las cajas de golosinas—. Podré ir, ¿verdad?
—El profesor Dumbledore dice que tienes permiso para ir —dijo con desdén, como si considerara que el profesor Dumbledore no se daba cuenta de lo peligrosas que eran las fiestas—. Y tienes otra visita.
—Oh, bien —dijo Harry—. ¿Quién es?
Mientras hablaba, entró Hagrid. Como siempre que es¬taba dentro de un lugar, Hagrid parecía demasiado grande. Se sentó cerca de Harry, lo miró y se puso a llorar.
—¡Todo... fue... por mi maldita culpa! —gimió, con la cara entre las manos—. Yo le dije al malvado cómo pasar ante Fluffy. ¡Se lo dije! ¡Podías haber muerto! ¡Todo por un huevo de dragón! ¡Nunca volveré a beber! ¡Deberían echarme y obligarme a vivir como un muggle!
—¡Hagrid! —dijo Harry, impresionado al ver la pena y el remordimiento de Hagrid, y las lágrimas que mojaban su barba—. Hagrid, lo habría descubierto igual, estamos ha¬blando de Voldemort, lo habría sabido igual aunque no le di¬jeras nada.
—¡Podrías haber muerto! —sollozó Hagrid—. ¡Y no di¬gas ese nombre!
—¡VOLDEMORT! —gritó Harry, y Hagrid se impresionó tanto que dejó de llorar—. Me encontré con él y lo llamo por su nombre. Por favor, alégrate, Hagrid, salvamos la Piedra, ya no está, no la podrá usar. Toma una rana de chocolate, tengo muchísimas...
Hagrid se secó la nariz con el dorso de la mano y dijo:
—Eso me hace recordar... Te he traído un regalo.
—No será un bocadillo de comadreja, ¿verdad? —dijo preocupado Harry, y finalmente Hagrid se rió.
—No. Dumbledore me dio libre el día de ayer para hacer¬lo. Por supuesto tendría que haberme echado... Bueno, aquí tienes...
Parecía un libro con una hermosa cubierta de cuero. Harry lo abrió con curiosidad... Estaba lleno de fotos mági¬cas. Sonriéndole y saludándolo desde cada página, estaban su madre y su padre...
—Envié lechuzas a todos los compañeros de colegio de tus padres, pidiéndoles fotos... Sabía que tú no tenías... ¿Te gusta?
Harry no podía hablar, pero Hagrid entendió.

• • •

Harry bajó solo a la fiesta de fin de curso de aquella noche. Lo había ayudado a levantarse la señora Pomfrey, insistiendo en examinarlo una vez más, así que, cuando llegó, el Gran Comedor ya estaba lleno. Estaba decorado con los colores de Slytherin, verde y plata, para celebrar el triunfo de aquella casa al ganar la copa durante siete años seguidos. Un gran estandarte, que cubría la pared detrás de la Mesa Alta, mos¬traba la serpiente de Slytherin.
Cuando Harry entró se produjo un súbito murmullo y to¬dos comenzaron a hablar al mismo tiempo. Se deslizó en una silla, entre Ron y Hermione, en la mesa de Gryffindor, y trató de hacer caso omiso del hecho de que todos se ponían de pie para mirarlo.
Por suerte, Dumbledore llegó unos momentos después. Las conversaciones cesaron.
—¡Otro año se va! —dijo alegremente Dumbledore—. Y voy a fastidiaros con la charla de un viejo, antes de que po¬dáis empezar con los deliciosos manjares. ¡Qué año hemos te¬nido! Esperamos que vuestras cabezas estén un poquito más llenas que cuando llegasteis... Ahora tenéis todo el verano para dejarlas bonitas y vacías antes de que comience el pró¬ximo año... Bien, tengo entendido que hay que entregar la copa de la casa y los puntos ganados son: en cuarto lu¬gar, Gryffindor, con trescientos doce puntos; en tercer lugar, Hufflepuff, con trescientos cincuenta y dos; Ravenclaw tiene cuatrocientos veintiséis, y Slytherin, cuatrocientos setenta y dos.
Una tormenta de vivas y aplausos estalló en la mesa de Slytherin. Harry pudo ver a Draco Malfoy golpeando la mesa con su copa. Era una visión repugnante.
—Sí, sí, bien hecho, Slytherin —dijo Dumbledore—. Sin embargo, los acontecimientos recientes deben ser tenidos en cuenta.
Todos se quedaron inmóviles. Las sonrisas de los Slythe¬rin se apagaron un poco.
—Así que —dijo Dumbledore— tengo algunos puntos de última hora para agregar. Dejadme ver. Sí... Primero, para el señor Ronald Weasley...
Ron se puso tan colorado que parecía un rábano con inso¬lación.
—... por ser el mejor jugador de ajedrez que Hogwarts haya visto en muchos años, premio a la casa Gryffindor con cincuenta puntos.
Las hurras de Gryffindor llegaron hasta el techo encan¬tado, y las estrellas parecieron estremecerse. Se oyó que Percy le decía a los otros prefectos: «Es mi hermano, ¿sabéis? ¡Mi hermano menor! ¡Consiguió pasar en el juego de ajedrez gigante de McGonagall!».
Por fin se hizo el silencio otra vez.
—Segundo... a la señorita Hermione Granger... por el uso de la fría lógica al enfrentarse con el fuego, premio a la casa Gryffindor con cincuenta puntos.
Hermione enterró la cara entre los brazos. Harry tuvo la casi seguridad de que estaba llorando. Los cambios en la ta¬bla de puntuaciones pasaban ante ellos: Gryffindor estaba cien puntos más arriba.
—Tercero... al señor Harry Potter... —continuó Dumble¬dore. La sala estaba mortalmente silenciosa—... por todo su temple y sobresaliente valor, premio a la casa Gryffindor con sesenta puntos.
El estrépito fue total. Los que pudieron sumar, además de gritar y aplaudir, se dieron cuenta de que Gryffindor tenía los mismos puntos que Slytherin, cuatrocientos setenta y dos. Si Dumbledore le hubiera dado un punto más a Harry... Pero así no llegaban a ganar.
Dumbledore levantó el brazo. La sala fue recuperando la calma.
—Hay muchos tipos de valentía —dijo sonriendo Dum¬bledore—. Hay que tener un gran coraje para oponerse a nuestros enemigos, pero hace falta el mismo valor para hacerlo con los amigos. Por lo tanto, premio con diez puntos al señor Neville Longbottom.
Alguien que hubiera estado en la puerta del Gran Come¬dor habría creído que se había producido una explosión, tan fuertes eran los gritos que salieron de la mesa de Gryffindor. Harry, Ron y Hermione se pusieron de pie y vitorearon a Ne¬ville, que, blanco de la impresión, desapareció bajo la gente que lo abrazaba. Nunca había ganado más de un punto para Gryffindor. Harry, sin dejar de vitorear, dio un codazo a Ron y señaló a Malfoy, que no podía haber estado más atónito y ho¬rrorizado si le hubieran echado el maleficio de la Inmovili¬dad Total.
—Lo que significa —gritó Dumbledore sobre la salva de aplausos, porque Ravenclaw y Hufflepuff estaban celebran¬do la derrota de Slytherin—, que hay que hacer un cambio en la decoración.
Dio una palmada. En un instante, los adornos verdes se volvieron escarlata; los de plata, dorados, y la gran serpiente se desvaneció para dar paso al león de Gryffindor. Snape es¬trechaba la mano de la profesora McGonagall, con una horri¬ble sonrisa forzada en su cara. Captó la mirada de Harry y el muchacho supo de inmediato que los sentimientos de Snape hacia él no habían cambiado en absoluto. Aquello no lo preocupaba. Parecía que la vida iba a volver a la normalidad en el año próximo, o a la normalidad típica de Hogwarts.
Aquélla fue la mejor noche de la vida de Harry, mejor que ganar un partido de quidditch, o que la Navidad, o que hacer que se desmayara el monstruo gigante... Nunca, jamás, olvi¬daría aquella noche.


Harry casi no recordaba ya que tenían que recibir los resul¬tados de los exámenes, pero éstos llegaron. Para su gran sor¬presa, tanto él como Ron pasaron con buenas notas. Hermio¬ne, por supuesto, fue la mejor del año. Hasta Neville pasó a duras penas, pues sus buenas notas en Herbología compen¬saron los desastres en Pociones. Ellos confiaban en que sus¬pendieran a Goyle, que era casi tan estúpido como malo, pero él también aprobó. Era una lástima, pero como dijo Ron, no se puede tener todo en la vida.
Y de pronto, sus armarios se vaciaron, sus equipajes es¬tuvieron listos, el sapo de Neville apareció en un rincón del cuarto de baño... Todos los alumnos recibieron notas en las que los prevenían para que no utilizaran la magia durante las vacaciones («Siempre espero que se olviden de darnos esas notas», dijo con tristeza Fred Weasley). Hagrid estaba allí para llevarlos en los botes que cruzaban el lago. Subieron al expreso de Hogwarts, charlando y riendo, mientras el pai¬saje campestre se volvía más verde y menos agreste. Comie¬ron las grageas de todos los sabores, pasaron a toda veloci¬dad por las ciudades de los muggles, se quitaron la ropa de magos y se pusieron camisas y abrigos... Y bajaron en el an¬dén nueve y tres cuartos de la estación King Cross.
Tardaron un poco en salir del andén. Un viejo y enjuto guarda estaba al otro lado de la taquilla, dejándolos pasar de dos en dos o de tres en tres, para que no llamaran la atención saliendo de golpe de una pared sólida, pues alarmarían a los muggles.
—Tenéis que venir y pasar el verano conmigo —dijo Ron—, los dos. Os enviaré una lechuza.
—Gracias —dijo Harry—. Voy a necesitar alguna pers¬pectiva agradable.
La gente los empujaba mientras se movían hacia la esta¬ción, volviendo al mundo muggle. Algunos le decían.
—¡Adiós, Harry!
—¡Nos vemos, Potter!
—Sigues siendo famoso —dijo Ron, con sonrisa burlona.
—No allí adonde voy, eso te lo aseguro —respondió Harry.
Él, Ron y Hermione pasaron juntos a la estación.
—¡Allí está él, mamá, allí está, míralo!
Era Ginny Weasley, la hermanita de Ron, pero no seña¬laba a su hermano.
—¡Harry Potter! —chilló—. ¡Mira, mamá! Puedo ver...
—Tranquila, Ginny. Es de mala educación señalar con el dedo.
La señora Weasley les sonrió.
—¿Un año movido? —les preguntó.
—Mucho —dijo Harry—. Muchas gracias por el jersey y el pastel, señora Weasley
—Oh, no fue nada.
—¿Ya estás listo?
Era tío Vernon, todavía con el rostro púrpura, todavía con bigotes y todavía con aire furioso ante la audacia de Harry, llevando una lechuza en una jaula, en una estación llena de gente común. Detrás, estaban tía Petunia y Dudley, con aire aterrorizado ante la sola presencia de Harry
—¡Usted debe de ser de la familia de Harry! —dijo la se¬ñora Weasley
—Por decirlo así —dijo tío Vernon—. Date prisa, mucha¬cho, no tenemos todo el día. —Dio la vuelta para ir hacia la puerta.
Harry esperó para despedirse de Ron y Hermione.
—Nos veremos durante el verano, entonces.
—Espero que... que tengas unas buenas vacaciones —dijo Hermione, mirando insegura a tío Vernon, impresionada de que alguien pudiera ser tan desagradable.
—Oh, lo serán —dijo Harry, y sus amigos vieron, con sor¬presa, la sonrisa burlona que se extendía por su cara—. Ellos no saben que no nos permiten utilizar magia en casa. Voy a di¬vertirme mucho este verano con Dudley..

Harry Potter y la piedra filosofal - 16

Posted by Digital Solutions Perú EIRL On 1/07/2009 09:51:00 a. m. No comments

16

A través de la trampilla


En años venideros, Harry nunca pudo recordar cómo se las había arreglado para hacer sus exámenes, cuando una parte de él esperaba que Voldemort entrara por la puerta en cual¬quier momento. Sin embargo, los días pasaban y no había dudas de que Fluffy seguía bien y con vida, detrás de la puer¬ta cerrada.
Hacía mucho calor, en especial en el aula grande donde se examinaban por escrito. Les habían entregado plumas nuevas, especiales, que habían sido hechizadas con un encantamiento antitrampa.
También tenían exámenes prácticos. El profesor Flitwick los llamó uno a uno al aula, para ver si podían hacer que una piña bailara claqué encima del escritorio. La profesora McGonagall los observó mientras convertían un ratón en una caja de rapé. Ganaban puntos las cajas más bonitas, pero los perdían si tenían bigotes. Snape los puso nerviosos a todos, respirando sobre sus nucas mientras trataban de re¬cordar cómo hacer una poción para olvidar.
Harry lo hizo todo lo mejor que pudo, tratando de hacer caso omiso de las punzadas que sentía en la frente, un dolor que le molestaba desde la noche que había estado en el bosque. Neville pensaba que Harry era un caso grave de ner¬viosismo, porque no podía dormir por las noches. Pero la verdad era que Harry se despertaba por culpa de su vieja pe¬sadilla, que se había vuelto peor, porque la figura encapucha¬da aparecía chorreando sangre.
Tal vez porque ellos no habían visto lo que Harry vio en el bosque, o porque no tenían cicatrices ardientes en la fren¬te, Ron y Hermione no parecían tan preocupados por la Piedra como Harry. La idea de Voldemort los atemorizaba, des¬de luego, pero no los visitaba en sueños y estaban tan ocupados repasando que no les quedaba tiempo para inquie¬tarse por lo que Snape o algún otro estuvieran tramando.
El último examen era Historia de la Magia. Una hora respondiendo preguntas sobre viejos magos chiflados que habían inventado calderos que revolvían su contenido, y estarían libres, libres durante toda una maravillosa semana, hasta que recibieran los resultados de los exámenes. Cuando el fantasma del profesor Binns les dijo que dejaran sus plu¬mas y enrollaran sus pergaminos, Harry no pudo dejar de alegrarse con el resto.
—Esto ha sido mucho más fácil de lo que pensé —dijo Hermione, cuando se reunieron con los demás en el parque soleado—. No necesitaba haber estudiado el Código de Con¬ducta de los Hombres Lobo de 1637 o el levantamiento de Elfrico el Vehemente.
A Hermione siempre le gustaba volver a repetir los exá¬menes, pero Ron dijo que iba a ponerse malo, así que se fue¬ron hacia el lago y se dejaron caer bajo un árbol. Los gemelos Weasley y Lee Jordan se dedicaban a pinchar los tentáculos de un calamar gigante que tomaba el sol en la orilla.
—Basta de repasos —suspiró aliviado Ron, estirándose en la hierba—. Puedes alegrarte un poco, Harry, aún falta una semana para que sepamos lo mal que nos fue, no hace falta preocuparse ahora.
Harry se frotaba la frente.
—¡Me gustaría saber qué significa esto! —estalló enfa¬dado—. Mi cicatriz sigue doliéndome. Me ha sucedido antes, pero nunca tanto tiempo seguido como ahora.
—Ve a ver a la señora Pomfrey —sugirió Hermione.
—No estoy enfermo —dijo Harry—. Creo que es un avi¬so... significa que se acerca el peligro...
Ron no podía agitarse, hacía demasiado calor.
—Harry, relájate, Hermione tiene razón, la Piedra está segura mientras Dumbledore esté aquí. De todos modos, nunca hemos tenido pruebas de que Snape encontrara la for¬ma de burlar a Fluffy. Casi le arrancó la pierna una vez, no va a intentarlo de nuevo. Y Neville jugará al quidditch en el equipo de Inglaterra antes de que Hagrid traicione a Dum¬bledore.
Harry asintió, pero no pudo evitar la furtiva sensación de que se había olvidado de hacer algo, algo importante. Cuando trató de explicarlo, Hermione dijo:
—Eso son los exámenes. Yo me desperté anoche y estuve a punto de mirar mis apuntes de Transformación, cuando me acordé de que ya habíamos hecho ese examen.
Pero Harry estaba seguro de que aquella sensación in¬quietante nada tenía que ver con los exámenes. Vio una lechu¬za que volaba hacia el colegio, por el brillante cielo azul, con una nota en el pico. Hagrid era el único que le había enviado cartas. Hagrid nunca traicionaría a Dumbledore. Hagrid nun¬ca le diría a nadie cómo pasar ante Fluffy... nunca... Pero...
Harry, súbitamente, se puso de pie de un salto.
—¿Adónde vas? —preguntó Ron con aire soñoliento.
—Acabo de pensar en algo —dijo Harry. Se había puesto pálido—. Tenemos que ir a ver a Hagrid ahora.
—¿Por qué? —suspiró Hermione, levantándose.
—¿No os parece un poco raro —dijo Harry, subiendo por la colina cubierta de hierba— que lo que más deseara Hagrid fuera un dragón, y que de pronto aparezca un desconocido que casualmente tiene un huevo en el bolsillo? ¿Cuánta gen¬te anda por ahí con huevos de dragón, que están prohibidos por las leyes de los magos? Qué suerte tuvo al encontrar a Hagrid, ¿verdad? ¿Por qué no se me ocurrió antes?
—¿En qué estás pensando? —preguntó Ron, pero Harry echó a correr por los terrenos que iban hacia el bosque, sin contestarle.
Hagrid estaba sentado en un sillón, fuera de la casa, con los pantalones y las mangas de la camisa arremangados, y desgranaba guisantes en un gran recipiente.
—Hola —dijo sonriente—. ¿Habéis terminado los exá¬menes? ¿Tenéis tiempo para beber algo?
—Sí, por favor —dijo Ron, pero Harry lo interrumpió.
—No, tenemos prisa, Hagrid, pero tengo que preguntar¬te algo ¿Te acuerdas de la noche en que ganaste a Norberto? ¿Cómo era el desconocido con el que jugaste a las cartas?
—No lo sé —dijo Hagrid sin darle importancia—. No se quitó la capa.
Vio que los tres chicos lo miraban asombrados y levantó las cejas.
—No es tan inusual, hay mucha gente rara en el Cabeza de Puerco, el bar de la aldea. Podría ser un traficante de dra¬gones, ¿no? No llegué a verle la cara porque no se quitó la ca¬pucha.
Harry se dejó caer cerca del recipiente de los guisantes.
—¿De qué hablaste con él, Hagrid? ¿Mencionaste Hogwarts?
—Puede ser —dijo Hagrid, con rostro ceñudo, tratando de recordar—. Sí... Me preguntó qué hacía y le dije que era guardabosques aquí... Me preguntó de qué tipo de animales me ocupaba... se lo expliqué... y le conté que siempre había querido tener un dragón... y luego... no puedo recordarlo bien, porque me invitó a muchas copas. Déjame ver... ah sí, me dijo que tenía el huevo de dragón y que podía jugarlo a las cartas si yo quería... pero que tenía que estar seguro de que iba a poder con él, no quería dejarlo en cualquier lado... Así que le dije que, después de Fluffy, un dragón era algo fácil.
—¿Y él... pareció interesado en Fluffy? —preguntó Harry, tratando de conservar la calma.
—Bueno... sí... es normal. ¿Cuántos perros con tres cabe¬zas has visto? Entonces le dije que Fluffy era buenísimo si uno sabía calmarlo: tocando música se dormía en seguida...
De pronto Hagrid pareció horrorizado.
—¡No debí decir eso! —estalló—. ¡Olvidad que lo dije! Eh... ¿adónde vais?
Harry, Ron y Hermione no se hablaron hasta llegar al vestíbulo de entrada, que parecía frío y sombrío, después de haber estado en el parque.
—Tenemos que ir a ver a Dumbledore —dijo Harry—. Hagrid le dijo al desconocido cómo pasar ante Fluffy, y sólo podía ser Snape o Voldemort, debajo de la capa... No fue difícil, después de emborrachar a Hagrid. Sólo espero que Dum¬bledore nos crea. Firenze nos respaldará, si Bane no lo detie¬ne. ¿Dónde está el despacho de Dumbledore?
Miraron alrededor, como si esperaran que alguna señal se lo indicara. Nunca les habían dicho dónde vivía Dumble¬dore, ni conocían a nadie a quien hubieran enviado a verlo.
—Tendremos que... —empezó a decir Harry pero súbita¬mente una voz cruzó el vestíbulo.
—¿Qué estáis haciendo los tres aquí dentro?
Era la profesora McGonagall, que llevaba muchos libros.
—Queremos ver al profesor Dumbledore —dijo Hermio¬ne con valentía, según les pareció a Ron y Harry.
—¿Ver al profesor Dumbledore? —repitió la profesora, como si pensara que era algo inverosímil—. ¿Por qué?
Harry tragó: «¿Y ahora qué?».
—Es algo secreto —dijo, pero de inmediato deseó no ha¬berlo hecho, porque la profesora McGonagall se enfadó.
—El profesor Dumbledore se fue hace diez minutos —dijo con frialdad—. Recibió una lechuza urgente del ministro de Magia y salió volando para Londres de inmediato.
—¿Se fue? —preguntó Harry con aire desesperado—. ¿Ahora?
—El profesor Dumbledore es un gran mago, Potter, y tie¬ne muchos compromisos...
—Pero esto es importante.
—¿Algo que tú tienes que decir es más importante que el ministro de Magia, Potter?
—Mire —dijo Harry dejando de lado toda precaución—, profesora, se trata de la Piedra Filosofal...
Fue evidente que la profesora McGonagall no esperaba aquello. Los libros que llevaba se deslizaron al suelo y no se molestó en recogerlos.
—¿Cómo es que sabes...? —farfulló.
—Profesora, creo... sé... que Sna... que alguien va a tra¬tar de robar la Piedra. Tengo que hablar con el profesor Dum¬bledore.
La profesora lo miró entre impresionada y suspicaz.
—El profesor Dumbledore regresará mañana —dijo fi¬nalmente—. No sé cómo habéis descubierto lo de la Piedra, pero quedaos tranquilos. Nadie puede robarla, está demasia¬do bien protegida.
—Pero profesora...
—Harry sé de lo que estoy hablando —dijo en tono cor¬tante. Se inclinó y recogió sus libros—. Os sugiero que sal¬gáis y disfrutéis del sol.
Pero no lo hicieron.
—Será esta noche —dijo Harry una vez que se asegura¬ron de que la profesora McGonagall no podía oírlos—. Snape pasará por la trampilla esta noche. Ya ha descubierto todo lo que necesitaba saber y ahora ha conseguido quitar de en me¬dio a Dumbledore. Él envió esa nota, seguro que el ministro de Magia tendrá una verdadera sorpresa cuando aparezca Dumbledore.
—Pero ¿qué podemos...?
Hermione tosió. Harry y Ron se volvieron.
Snape estaba allí.
—Buenas tardes —dijo amablemente. Lo miraron sin decir nada.
—No deberíais estar dentro en un día así —dijo con una rara sonrisa torcida.
—Nosotros... —comenzó Harry, sin idea de lo que diría.
—Debéis ser más cuidadosos —dijo Snape—. Si os ven andando por aquí, pueden pensar que vais a hacer alguna cosa mala. Y Gryffindor no puede perder más puntos, ¿no es cierto?
Harry se ruborizó. Se dieron media vuelta para irse, pero Snape los llamó.
—Ten cuidado, Potter, otra noche de vagabundeos y yo personalmente me encargaré de que te expulsen. Que pases un buen día.
Se alejó en dirección a la sala de profesores.
Una vez fuera, en la escalera de piedra, Harry se volvió hacia sus amigos.
—Bueno, esto es lo que tenemos que hacer —susurró con prisa—. Uno de nosotros tiene que vigilar a Snape, esperar fuera de la sala de profesores y seguirlo si sale. Hermione, mejor que eso lo hagas tú.
—¿Por qué yo?
—Es obvio —intervino Ron—. Puedes fingir que estás esperando al profesor Flitwick, ya sabes cómo —la imitó con voz aguda—: «Oh, profesor Flitwick, estoy tan preocupada, creo que tengo mal la pregunta catorce b...».
—Oh, cállate —dijo Hermione, pero estuvo de acuerdo en ir a vigilar a Snape.
—Y nosotros iremos a vigilar el pasillo del tercer piso —dijo Harry a Ron—. Vamos.
Pero aquella parte del plan no funcionó. Tan pronto como llegaron a la puerta que separaba a Fluffy del resto del colegio, la profesora McGonagall apareció otra vez, salvo que ya había perdido la paciencia.
—Supongo que creeréis que sois los mejores para vencer todos los encantamientos —dijo con rabia—. ¡Ya son suficien¬tes tonterías! Si me entero de que habéis vuelto por aquí, os quitaré otros cincuenta puntos para Gryffindor. ¡Sí, Weasley, de mi propia casa!
Harry y Ron regresaron a la sala común. Justo cuando Harry acababa de decir: «Al menos Hermione está detrás de Snape», el retrato de la Dama Gorda se abrió y apareció la muchacha.
—¡Lo siento, Harry! —se quejó—. Snape apareció y me preguntó qué estaba haciendo, así que le dije que esperaba al profesor Flitwick. Snape fue a buscarlo, yo tuve que irme y no sé adónde habrá ido Snape.
—Bueno, no queda otro remedio, ¿verdad?
Los otros dos lo miraron asombrados. Estaba pálido y los ojos le brillaban.
—Iré esta noche y trataré de llegar antes y conseguir la Piedra.
—¡Estás loco! —dijo Ron.
—¡No puedes! —dijo Hermione—. ¿Después de todo lo que han dicho Snape y McGonagall? ¡Te van a expulsar!
—¿Y qué? —gritó Harry—. ¿No comprendéis? ¡Si Snape consigue la Piedra, es la vuelta de Voldemort! ¿No habéis oído cómo eran las cosas cuando él trataba de apoderarse de todo? ¡Ya no habrá ningún colegio para que nos expulsen! ¡Lo destruirá o lo convertirá en un colegio para las Artes Oscu¬ras! ¿No os dais cuenta de que perder puntos ya no impor¬ta? ¿Creéis que él dejará que vosotros y vuestras familias estéis tranquilos, si Gryffindor gana la copa de la casa? Si me atrapan antes de que consiga la Piedra, bueno, tendré que volver con los Dursley y esperar a que Voldemort me encuentre allí. Será sólo morir un poquito más tarde de lo que debería haber muerto, porque nunca me pasaré al lado tene¬broso. Voy a entrar por esa trampilla, esta noche, y nada de lo que digáis me detendrá. Voldemort mató a mis padres, ¿lo re¬cordáis?
Los miró con furia.
—Tienes razón, Harry —dijo Hermione, casi sin voz.
—Voy a llevar la capa invisible —dijo Harry—. Es una suerte haberla recuperado.
—Pero ¿nos cubrirá a los tres? —preguntó Ron.
—¿A... nosotros tres?
—Oh, vamos, ¿no pensarás que te vamos a dejar ir solo?
—Por supuesto que no —dijo Hermione con voz enérgi¬ca—. ¿Cómo crees que vas a conseguir la Piedra sin nosotros? Será mejor que vaya a buscar en mis libros, tiene que haber algo que nos sirva...
—Pero si nos atrapan, también os expulsarán a vosotros.
—No, si yo puedo evitarlo —dijo Hermione con severi¬dad—. Flitwick me dijo en secreto que en su examen tengo ciento doce sobre cien. No me van a expulsar después de eso.


Tras la cena, los tres se sentaron en la sala común, lejos de todos. Nadie los molestó: después de todo, ninguno de los de Gryffindor hablaba con Harry, pero ésa fue la primera no¬che que no le importó. Hermione revisaba sus apuntes, con¬fiando en encontrar algunos de los encantamientos que deberían conjurar. Harry y Ron no hablaban mucho. Ambos pensaban en lo que harían.
Poco a poco, la sala se fue vaciando y todos se fueron a acostar.
—Será mejor que vayas a buscar la capa —murmuró Ron, mientras Lee Jordan finalmente se iba, bostezando y desperezándose. Harry corrió por las escaleras hasta su dor¬mitorio oscuro. Sacó la capa y entonces su mirada se fijó en la flauta que Hagrid le había regalado para Navidad. La guardó para utilizarla con Fluffy: no tenía muchas ganas de cantar...
Regresó a la sala común.
—Es mejor que nos pongamos la capa aquí y nos asegu¬remos de que nos cubra a los tres... si Filch descubre a uno de nuestros pies andando solo por ahí...
—¿Qué vais a hacer? —dijo una voz desde un rincón. Ne¬ville apareció detrás de un sillón, aferrado al sapo Trevor, que parecía haber intentado otro viaje a la libertad.
—Nada, Neville, nada —dijo Harry, escondiendo la capa detrás de la espalda.
Neville observó sus caras de culpabilidad.
—Vais a salir de nuevo —dijo.
—No, no, no —aseguró Hermione—. No, no haremos nada. ¿Por qué no te vas a la cama, Neville?
Harry miró al reloj de pie que había al lado de la puer¬ta. No podían perder más tiempo, Snape ya debía de estar haciendo dormir a Fluffy.
—No podéis iros —insistió Neville—. Os volverán a atra¬par. Gryffindor tendrá más problemas.
—Tú no lo entiendes —dijo Harry—. Esto es importante.
Pero era evidente que Neville haría algo desesperado.
—No dejaré que lo hagáis —dijo, corriendo a ponerse fren¬te al agujero del retrato—. ¡Voy... voy a pelear con vosotros!
—¡Neville! —estalló Ron—. ¡Apártate de ese agujero y no seas idiota!
—¡No me llames idiota! —dijo Neville—. ¡No me parece bien que sigáis faltando a las reglas! ¡Y tú fuiste el que me dijo que hiciera frente a la gente!
—Sí, pero no a nosotros —dijo irritado Ron—. Neville, no sabes lo que estás haciendo.
Dio un paso hacia Neville y el chico dejó caer al sapo Tre¬vor, que desapareció de la vista.
—¡Ven entonces, intenta pegarme! —dijo Neville, levan¬tando los puños—. ¡Estoy listo!
Harry se volvió hacia Hermione.
—Haz algo —dijo desesperado. Hermione dio un paso adelante.
—Neville —dijo—, de verdad, siento mucho, mucho, esto.
Levantó la varita.
—¡Petrificus totalus! —gritó, señalando a Neville.
Los brazos de Neville se pegaron a su cuerpo. Sus pier¬nas se juntaron. Todo el cuerpo se le puso rígido, se balanceó y luego cayó bocabajo, rígido como un tronco.
Hermione corrió a darle la vuelta. Neville tenía la man¬díbula rígida y no podía hablar. Sólo sus ojos se movían, mi¬rándolos horrorizado.
—¿Qué le has hecho? —susurró Harry.
—Es la Inmovilización Total —dijo Hermione angustia¬da—. Oh, Neville, lo siento tanto...
—Lo comprenderás después, Neville —dijo Ron, mien¬tras se alejaban para cubrirse con la capa invisible.
Pero dejar a Neville inmóvil en el suelo no parecía un buen augurio. En aquel estado de nervios, cada sombra de una estatua les parecía que era Filch, y cada silbido lejano del viento les parecía Peeves que los perseguía.
Al pie de la primera escalera, divisaron a la Señora Norris.
—Oh, vamos a darle una patada, sólo una vez —murmu¬ró Ron en el oído de Harry, que negó con la cabeza. Mientras pasaban con cuidado al lado de la gata, ésta volvió la cabeza con sus ojos como linternas, pero no los vio.
No se encontraron con nadie más, hasta que llegaron a la escalera que iba al tercer piso. Peeves estaba flotando a mitad de camino, aflojando la alfombra para que la gente tropezara.
—¿Quién anda por ahí? —dijo súbitamente, mientras subían hacia él. Entornó sus malignos ojos negros—. Sé que estáis aquí, aunque no pueda veros. ¿Aparecidos, fantasmas o estudiantillos detestables?
Se elevó en el aire y flotó, mirándolos de soslayo.
—Llamaré a Filch, debo hacerlo, si algo anda por ahí y es invisible.
Harry tuvo súbitamente una idea.
—Peeves —dijo en un ronco susurró—, el Barón Sangui¬nario tiene sus propias razones para ser invisible.
Peeves casi se cayó del aire de la impresión. Se sostuvo a tiempo y quedó a unos centímetros de la escalera.
—Lo siento mucho, sanguinaria señoría —dijo en tono meloso—. Fue por mi culpa, ha sido una equivocación... no lo vi... por supuesto que no, usted es invisible, perdone al viejo Peeves por su broma, señor.
—Tengo asuntos aquí, Peeves —gruñó Harry—. Man¬ténte lejos de este lugar esta noche.
—Lo haré, señoría, desde luego que lo haré —dijo Peeves, elevándose otra vez en el aire—. Espero que los asuntos del señor barón salgan a pedir de boca, yo no lo molestaré.
Y desapareció.
—¡Genial, Harry! —susurró Ron.
Unos pocos segundos más tarde estaban allí, en el pasi¬llo del tercer piso. La puerta ya estaba entreabierta.
—Bueno, ya lo veis —dijo Harry con calma—. Snape ya ha pasado ante Fluffy.
Ver la puerta abierta les hizo tomar plena conciencia de aquello a lo que tenían que enfrentarse. Por debajo de la capa, Harry se volvió hacia los otros dos.
—Si queréis regresar, no os lo reprocharé —dijo—. Po¬déis llevaros la capa, no la voy a necesitar.
—No seas estúpido —dijo Ron.
—Vamos contigo —dijo Hermione.
Harry empujó la puerta.
Cuando la puerta crujió, oyeron unos gruñidos. Los tres hocicos del perro olfateaban en dirección a ellos, aunque no podía verlos.
—¿Qué tiene en los pies? —susurró Hermione.
—Parece un arpa —dijo Ron—. Snape debe de haberla dejado ahí.
—Debe despertarse en el momento en que se deja de to¬car —dijo Harry—. Bueno, empecemos...
Se llevó a los labios la flauta de Hagrid y sopló. No era exactamente una melodía, pero desde la primera nota los ojos de la bestia comenzaron a cerrarse. Harry casi ni respiraba. Poco a poco, los gruñidos se fueron apagando, se ba¬lanceó, cayó de rodillas y luego se derrumbó en el suelo, profundamente dormido.
—Sigue tocando —advirtió Ron a Harry, mientras salía de la capa y se arrastraba hasta la trampilla. Podía sentir la respiración caliente y olorosa del perro, mientras se aproxi¬maba a las gigantescas cabezas.
—Creo que podemos abrir la trampilla —dijo Ron, es¬piando por encima del lomo del perro—. ¿Quieres ir delante, Hermione?
—¡No, no quiero!
—Muy bien. —Ron apretó los dientes y anduvo con cui¬dado sobre las patas del perro. Se inclinó y tiró de la argolla de la trampilla, que se levantó y abrió.
—¿Qué puedes ver? —preguntó Hermione con ansiedad.
—Nada... sólo oscuridad... no hay forma de bajar, hay que dejarse caer.
Harry, que seguía tocando la flauta, hizo un gesto para llamar la atención de Ron y se señaló a sí mismo.
—¿Quieres ir primero? ¿Estás seguro? —dijo Ron—. No sé cómo es de profundo ese lugar. Dale la flauta a Hermione, para que pueda seguir haciéndolo dormir.
Harry le entregó la flauta y, en esos segundos de silencio, el perro gruñó y se estiró, pero en cuanto Hermione comenzó a tocar volvió a su sueño profundo.
Harry se acercó y miró hacia abajo. No se veía el fondo.
Se descolgó por la abertura y quedó suspendido de los dedos. Miró a Ron y dijo:
—Si algo me sucede, no sigáis. Id directamente a la lechucería y enviad a Hedwig a Dumbledore. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —respondió Ron.
—Nos veremos en un minuto, espero...
Y Harry se dejó caer. Frío, aire húmedo mientras caía, caía, caía y..
¡PAF! Aterrizó en algo mullido, con un ruido suave y ex¬traño. Se incorporó y miró alrededor, con ojos desacostum¬brados a la penumbra. Parecía que estaba sentado sobre una especie de planta.
—¡Todo bien! —gritó al cuadradito de luz del tamaño de un sello, que era la abertura de la trampilla—. ¡Fue un ate¬rrizaje suave, puedes saltar!
Ron lo siguió de inmediato. Aterrizó al lado de Harry
—¿Qué es esta cosa? —fueron sus primeras palabras.
—No sé, alguna clase de planta. Supongo que está aquí para detener la caída. ¡Vamos, Hermione!
La música lejana se detuvo. Se oyó un fuerte ladrido, pero Hermione ya había saltado. Cayó al otro lado de Harry.
—Debemos de estar a kilómetros debajo del colegio —dijo la niña.
—Me alegro de que esta planta esté aquí —dijo Ron.
—¿Te alegras? —gritó Hermione—. ¡Miraos!
Hermione saltó y chocó contra una pared húmeda. Tuvo que luchar porque, en el momento en que cayó, la planta co¬menzó a extenderse como una serpiente para sujetarle los to¬billos. Harry y Ron, mientras tanto, ya tenían las piernas totalmente cubiertas, sin que se hubieran dado cuenta.
Hermione pudo liberarse antes de que la planta la atra¬para. En aquel momento miraba horrorizada, mientras los chicos luchaban para quitarse la planta de encima, pero mien¬tras más luchaban, la planta los envolvía con más rapidez.
—¡Dejad de moveros! —ordenó Hermione—. Sé lo que es esto. ¡Es Lazo del Diablo!
—Oh, me alegro mucho de saber cómo se llama, es de gran ayuda —gruñó Ron, tratando de evitar que la planta trepara por su cuello.
—¡Calla, estoy tratando de recordar cómo matarla! —dijo Hermione.
—¡Bueno, date prisa, no puedo respirar! —jadeó Harry, mientras la planta le oprimía el pecho.
—Lazo del Diablo, Lazo del Diablo... ¿Qué dijo el profe¬sor Sprout?... Le gusta la oscuridad y la humedad...
—¡Entonces enciende un fuego! —dijo Harry.
—Sí... por supuesto... ¡pero no tengo madera! —gimió Hermione, retorciéndose las manos.
—¿TE HAS VUELTO LOCA? —preguntó Ron—. ¿ERES UNA BRUJA O NO?
—¡Oh, de acuerdo! —dijo Hermione. Agitó su varita, murmuró algo y envió a la planta unas llamas azules como las que había utilizado con Snape. En segundos, los dos mu¬chachos sintieron que se aflojaban las ligaduras, mientras la planta se retiraba a causa de la luz y el calor. Retorciéndo¬se y alejándose, se desprendió de sus cuerpos y pudieron moverse.
—Me alegro de que hayas aprendido bien Herbología, Hermione —dijo Harry, mientras se acercaba a la pared, se¬cándose el sudor de la cara.
—Sí —dijo Ron—, y yo me alegro de que Harry no pierda la cabeza en las crisis. Porque eso de «no tengo madera»... francamente...
—Por aquí —dijo Harry, señalando un pasadizo de pie¬dra que era el único camino.
Lo único que podían oír, además de sus pasos, era el go¬teo del agua en las paredes. El pasadizo bajaba oblicuamente y Harry se acordó de Gringotts. Con un desagradable sobresalto, recordó a los dragones que decían que custodiaban las cámaras, en el banco de los magos. Si encontraban un dra¬gón, un dragón más grande... Con Norberto ya habían tenido suficiente...
—¿Oyes algo? —susurró Ron.
Harry escuchó. Un leve tintineo y un crujido, que parecían proceder de delante.
—¿Crees que será un fantasma?
—No lo sé... a mí me parecen alas.
Llegaron hasta el final del pasillo y vieron ante ellos una habitación brillantemente iluminada, con el techo curvándo¬se sobre ellos. Estaba llena de pajaritos brillantes que vola¬ban por toda la habitación. En el lado opuesto, había una pe¬sada puerta de madera.
—¿Crees que nos atacarán si cruzamos la habitación? —preguntó Ron.
—Es probable —contestó Harry—. No parecen muy ma¬los, pero supongo que si se tiran todos juntos... Bueno, no hay nada que hacer... voy a correr.
Respiró profundamente, se cubrió la cara con los brazos y cruzó corriendo la habitación. Esperaba sentir picos agu¬dos y garras desgarrando su cuerpo, pero no sucedió nada. Alcanzó la puerta sin que lo tocaran. Movió la manija, pero estaba cerrada con llave.
Los otros dos lo imitaron. Tiraron y empujaron, pero la puerta no se movía, ni siquiera cuando Hermione probó con su hechizo de Alohomora.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Ron.
—Esos pájaros... no pueden estar sólo por decoración —dijo Hermione.
Observaron los pájaros, que volaban sobre sus cabezas, brillando... ¿Brillando?
—¡No son pájaros! —dijo de pronto Harry—. ¡Son llaves! Llaves aladas, mirad bien. Entonces eso debe significar... —Miró alrededor de la habitación, mientras los otros obser¬vaban la bandada de llaves—. Sí... mirad ahí. ¡Escobas! ¡Te¬nemos que conseguir la llave de la puerta!
—¡Pero hay cientos de llaves!
Ron examinó la cerradura de la puerta.
—Tenemos que buscar una llave grande, antigua, de pla¬ta, probablemente, como la manija.
Cada uno cogió una escoba y de una patada estuvieron en el aire, remontándose entre la nube de llaves. Trataban de atraparlas, pero las llaves hechizadas se movían tan rápida¬mente que era casi imposible sujetarlas.
Pero no por nada Harry era el más joven buscador del siglo. Tenía un don especial para detectar cosas que la otra gente no veía. Después de unos minutos moviéndose entre el remolino de plumas de todos los colores, detectó una gran llave de plata, con un ala torcida, como si ya la hubieran atrapado y la hubieran introducido con brusquedad en la ce¬rradura.
—¡Es ésa! —gritó a los otros—. Esa grande... allí... no, ahí... Con alas azul brillante... las plumas están aplastadas por un lado.
Ron se lanzó a toda velocidad en aquella dirección, chocó contra el techo y casi se cae de la escoba.
—¡Tenemos que encerrarla! —gritó Harry, sin quitar los ojos de la llave con el ala estropeada—. Ron, ven desde arri¬ba, Hermione, quédate abajo y no la dejes descender. Yo tra¬taré de atraparla. Bien: ¡AHORA!
Ron se lanzó en picado, Hermione subió en vertical, la llave los esquivó a ambos, y Harry se lanzó tras ella. Iban a toda velocidad hacia la pared, Harry se inclinó hacia delante y, con un ruido desagradable, la aplastó contra la piedra con una sola mano. Los vivas de Ron y Hermione retumbaron por la habitación.
Aterrizaron rápidamente y Harry corrió a la puerta, con la llave retorciéndose en su mano. La metió en la cerradura y le dio la vuelta... Funcionaba. En el momento en que se abrió la cerradura, la llave salió volando otra vez, con aspec¬to de derrotada, pues ya la habían atrapado dos veces.
—¿Listos? —preguntó Harry a los otros dos, con la mano en la manija de la puerta. Asintieron. Abrió la puerta.
La habitación siguiente estaba tan oscura que no pu¬dieron ver nada. Pero cuando estuvieron dentro la luz súbi¬tamente inundó el lugar, para revelar un espectáculo asombroso.
Estaban en el borde de un enorme tablero de ajedrez, detrás de las piezas negras, que eran todas tan altas como ellos y construidas en lo que parecía piedra. Frente a ellos, al otro lado de la habitación, estaban las piezas blancas. Harry, Ron y Hermione se estremecieron: las piezas blancas no te¬nían rostros.
—¿Ahora qué hacemos? —susurró Harry
—Está claro, ¿no? —dijo Ron—. Tenemos que jugar para cruzar la habitación.
Detrás de las piezas blancas pudieron ver otra puerta.
—¿Cómo? —dijo Hermione con nerviosismo.
—Creo —contestó Ron— que vamos a tener que ser piezas.
Se acercó a un caballero negro y levantó la mano para to¬car el caballo. De inmediato, la piedra cobró vida. El caballo dio una patada en el suelo y el caballero se levantó la visera del casco, para mirar a Ron.
—¿Tenemos que... unirnos a ustedes para poder cruzar?
El caballero negro asintió con la cabeza. Ron se volvió a los otros dos.
—Esto hay que pensarlo... —dijo—. Supongo que tene¬mos que ocupar el lugar de tres piezas negras.
Harry y Hermione esperaron en silencio, mientras Ron pensaba. Por fin dijo:
—Bueno, no os ofendáis, pero ninguno de vosotros es muy bueno en ajedrez...
—No nos ofendemos —dijo rápidamente Harry—. Sim¬plemente dinos qué tenemos que hacer.
—Bueno, Harry, tú ocupa el lugar de ese alfil y tú, Her¬mione, ponte en lugar de esa torre, al lado de Harry.
—¿Y qué pasa contigo?
—Yo seré un caballo.
Las piezas parecieron haber escuchado porque, ante esas palabras, un caballo, un alfil y una torre dieron la espal¬da a las piezas blancas y salieron del tablero, dejando libres tres cuadrados que Harry, Ron y Hermione ocuparon.
—Las blancas siempre juegan primero en el ajedrez —dijo Ron, mirando al otro lado del tablero—. Sí... mirad.
Un peón blanco se movió hacia delante.
Ron comenzó a dirigir a las piezas negras. Se movían si¬lenciosamente cuando los mandaba. A Harry le temblaban las rodillas. ¿Y si perdían?
—Harry... muévete en diagonal, cuatro casillas a la de¬recha.
La primera verdadera impresión llegó cuando el otro ca¬ballo fue capturado. La reina blanca lo golpeó contra el tablero y lo arrastró hacia fuera, donde se quedó inmóvil, bocabajo.
—Tuve que dejar que sucediera —dijo Ron, conmovido—. Te deja libre para coger ese alfil. Vamos, Hermione.
Cada vez que uno de sus hombres perdía, las piezas blancas no mostraban compasión. Muy pronto, hubo un gru¬po de piezas negras desplomadas a lo largo de la pared. Dos veces, Ron se dio cuenta justo a tiempo para salvar a Harry y Hermione del peligro. Él mismo jugó por todo el tablero, atrapando casi tantas piezas blancas como las negras que habían perdido.
—Ya casi estamos —murmuró de pronto—. Dejadme pensar... dejadme pensar.
La reina blanca volvió su cara sin rostro hacia Ron.
—Sí... —murmuró Ron—. Es la única forma... tengo que dejar que me cojan.
—¡NO! —gritaron Harry y Hermione.
—¡Esto es ajedrez! —dijo enfadado Ron—. ¡Hay que ha¬cer algunos sacrificios! Yo daré un paso adelante y ella me coge¬rá... Eso te dejará libre para hacer jaque mate al rey, Harry.
—Pero...
—¿Quieres detener a Snape o no?
—Ron...
—¡Si no os dais prisa va a conseguir la Piedra!
No había nada que hacer.
—¿Listo? —preguntó Ron, con el rostro pálido pero deci¬dido—. Allá voy, y no os quedéis una vez que hayáis ganado.
Se movió hacia delante y la reina blanca saltó. Golpeó a Ron con fuerza en la cabeza con su brazo de piedra y el chico se derrumbó en el suelo. Hermione gritó, pero se quedó en su casillero. La reina blanca arrastró a Ron a un lado. Parecía desmayado.
Muy conmovido, Harry se movió tres casilleros a la iz¬quierda. El rey blanco se quitó la corona y la arrojó a los pies de Harry. Habían ganado. Las piezas saludaron y se fueron, dejando libre la puerta. Con una última mirada de desespe¬ración hacia Ron, Harry y Hermione corrieron hacia la salida y subieron por el siguiente pasadizo.
—¿Y si él está...?
—Él estará bien —dijo Harry, tratando de convencerse a sí mismo—. ¿Qué crees que nos queda?
—Tuvimos a Sprout en el Lazo del Diablo, Flitwick debe de haber hechizado las llaves, y McGonagall transformó a las piezas de ajedrez. Eso nos deja el hechizo de Quirrell y el de Snape...
Habían llegado a otra puerta.
—¿Todo bien? —susurró Harry.
—Adelante.
Harry empujó y abrió.
Un tufo desagradable los invadió, haciendo que se tapa¬ran la nariz con la túnica. Con ojos que lagrimeaban debido al olor, vieron, aplastado en el suelo frente a ellos, un trol más grande que el que habían derribado, inconsciente y con un bulto sangrante en la cabeza.
—Me alegro de que no tengamos que pelear con éste —su¬surró Harry, mientras pasaban con cuidado sobre una de las enormes piernas—. Vamos, no puedo respirar.
Abrió la próxima puerta, los dos casi sin atreverse a ver lo que seguía... Pero no había nada terrorífico allí, Sólo una mesa con siete botellas de diferente tamaño puestas en fila.
—Snape —dijo Harry—. ¿Qué tenemos que hacer?
Pasaron el umbral y de inmediato un fuego se encendió detrás de ellos. No era un fuego común, era púrpura. Al mis¬mo tiempo, llamas negras se encendieron delante. Estaban atrapados.
—¡Mira! —Hermione cogió un rollo de papel, que estaba cerca de las botellas. Harry miró por encima de su hombro para leerlo:

El peligro yace ante ti, mientras la seguridad está detrás,
dos queremos ayudarte, cualquiera que encuentres,
una entre nosotras siete te dejará adelantarte,
otra llevará al que lo beba para atrás,
dos contienen sólo vino de ortiga,
tres son mortales, esperando escondidos en la fila.
Elige, a menos que quieras quedarte para siempre,
para ayudarte en tu elección, te damos cuatro claves:
Primera, por más astucia que tenga el veneno para ocultarse siempre encontrarás alguno al lado iz¬quierdo del vino de ortiga;
Segunda, son diferentes las que están en los extremos, pero si quieres moverte hacia delante, ninguna es tu amiga;
Tercera, como claramente ves, todas tenemos tamaños diferentes: Ni el enano ni el gigante guardan la muerte en su interior;
Cuarta, la segunda a la izquierda y la segunda a la derecha son gemelas una vez que las pruebes, aunque a primera vista sean diferentes.

Hermione dejó escapar un gran suspiro y Harry, sor¬prendido, vio que sonreía, lo último que había esperado que hiciera.
—Muy bueno —dijo Hermione—. Esto no es magia... es lógica... es un acertijo. Muchos de los más grandes magos no han tenido una gota de lógica y se quedarían aquí para siempre.
—Pero nosotros también, ¿no?
—Por supuesto que no —dijo Hermione—. Lo único que necesitamos está en este papel. Siete botellas: tres con vene¬no, dos con vino, una nos llevará a salvo a través del fuego ne¬gro y la otra hacia atrás, por el fuego púrpura.
—Pero ¿cómo sabremos cuál beber?
—Dame un minuto.
Hermione leyó el papel varias veces. Luego paseó de un lado al otro de la fila de botellas, murmurando y señalándo¬las. Al fin, se golpeó las manos.
—Lo tengo —dijo—. La más pequeña nos llevará por el fuego negro, hacia la Piedra.
Harry miró a la diminuta botella.
—Aquí hay sólo para uno de nosotros —dijo—. No hay más que un trago.
Se miraron.
—¿Cuál nos hará volver por entre las llamas púrpura?
Hermione señaló una botella redonda del extremo dere¬cho de la fila.
—Tú bebe de ésa —dijo Harry—. No: vuelve, busca a Ron y coge las escobas del cuarto de las llaves voladoras. Con ellas podréis salir por la trampilla sin que os vea Fluffy. Id di¬rectamente a la lechucería y enviad a Hedwig a Dumbledore, lo necesitamos. Puede ser que yo detenga un poco a Snape, pero la verdad es que no puedo igualarlo.
—Pero Harry... ¿y si Quien-tú-sabes está con él?
—Bueno, ya tuve suerte una vez, ¿no? —dijo Harry, se¬ñalando su cicatriz—. Puede ser que la tenga de nuevo.
Los labios de Hermione temblaron, y de pronto se lanzó sobre Harry y lo abrazó.
—¡Hermione!
—Harry.. Eres un gran mago, ya lo sabes.
—No soy tan bueno como tú —contestó muy incómodo, mientras ella lo soltaba.
—¡Yo! —exclamó Hermione—. ¡Libros! ¡Inteligencia! Hay cosas mucho más importantes, amistad y valentía y... ¡Oh, Harry, ten cuidado!
—Bebe primero —dijo Harry—. Estás segura de cuál es cuál, ¿no?
—Totalmente —dijo Hermione. Se tomó de un trago el contenido de la botellita redondeada y se estremeció.
—No es veneno, ¿verdad? —dijo Harry con voz anhe¬lante.
—No... pero parece hielo.
—Rápido, vete, antes de que se termine el efecto.
—Buena suerte... ten cuidado...
—¡VETE!
Hermione giró en redondo y pasó directamente a través del fuego púrpura.
Harry respiró profundamente y cogió la más pequeña de las botellas. Se enfrentó a las llamas negras.
—Allá voy —dijo, y se bebió el contenido de un trago.
Era realmente como si tragara hielo. Dejó la botella y fue hacia delante. Se dio ánimo al ver que las llamas negras la¬mían su cuerpo pero no lo quemaban. Durante un momento no pudo ver más que fuego oscuro. Luego se encontró al otro lado, en la última habitación.
Ya había alguien allí. Pero no era Snape. Y tampoco era Voldemort.

Harry Potter y la piedra filosofal - 15

Posted by Digital Solutions Perú EIRL On 1/07/2009 09:48:00 a. m. No comments

15

El bosque prohibido


Las cosas no podían haber salido peor.
Filch los llevó al despacho de la profesora McGonagall, en el primer piso, donde se sentaron a esperar; sin decir una palabra. Hermione temblaba. Excusas, disculpas y locas his¬torias cruzaban la mente de Harry, cada una más débil que la otra. No podía imaginar cómo se iban a librar del problema aquella vez. Estaban atrapados. ¿Cómo podían haber sido tan estúpidos para olvidar la capa? No había razón en el mundo para que la profesora McGonagall aceptara que ha¬bían estado vagando durante la noche, para no mencionar la torre más alta de Astronomía, que estaba prohibida, salvo para las clases. Si añadía a todo eso Norberto y la capa invisi¬ble, ya podían empezar a hacer las maletas.
¿Harry pensaba que las cosas no podían estar peor? Es¬taba equivocado. Cuando la profesora McGonagall apareció, llevaba a Neville.
—¡Harry! —estalló Neville en cuanto los vio—. Estaba tratando de encontrarte para prevenirte, oí que Malfoy decía que iba a atraparte, dijo que tenías un drag...
Harry negó violentamente con la cabeza, para que Nevi¬lle no hablara más, pero la profesora McGonagall lo vio. Lo miró como si echara fuego igual que Norberto y se irguió, amenazadora, sobre los tres.
—Nunca lo habría creído de ninguno de vosotros. El se¬ñor Filch dice que estabais en la torre de Astronomía. Es la una de la mañana. Quiero una explicación.
Ésa fue la primera vez que Hermione no pudo contestar a una pregunta de un profesor. Miraba fijamente sus zapati¬llas, tan rígida como una estatua.
—Creo que tengo idea de lo que sucedió —dijo la profeso¬ra McGonagall—. No hace falta ser un genio para descubrirlo. Te inventaste una historia sobre un dragón para que Draco Malfoy saliera de la cama y se metiera en líos. Te he atrapa¬do. Supongo que te habrá parecido divertido que Longbottom oyera la historia y también la creyera, ¿no?
Harry captó la mirada de Neville y trató de decirle, sin palabras, que aquello no era verdad, porque Neville parecía asombrado y herido. Pobre mete-patas Neville, Harry sabía lo que debía de haberle costado buscarlos en la oscuridad, para prevenirlos.
—Estoy disgustada —dijo la profesora McGonagall—. Cuatro alumnos fuera de la cama en una noche. ¡Nunca he oído una cosa así! Tu, Hermione Granger, pensé que tenías más sentido común. Y tú, Harry Potter... Creía que Gryffin¬dor significaba más para ti. Los tres sufriréis castigos... Sí, tú también, Longbottom, nada te da derecho a dar vueltas por el colegio durante la noche, en especial en estos días: es muy peligroso y se os descontarán cincuenta puntos de Gryffindor.
—¿Cincuenta? —resopló Harry. Iban a perder el pri¬mer puesto, lo que había ganado en el último partido de quidditch.
—Cincuenta puntos cada uno —dijo la profesora McGo¬nagall, resoplando a través de su nariz puntiaguda.
—Profesora... por favor...
—Usted, usted no...
—No me digas lo que puedo o no puedo hacer; Harry Pot¬ter. Ahora, volved a la cama, todos. Nunca me he sentido tan avergonzada de alumnos de Gryffindor.
Ciento cincuenta puntos perdidos. Eso situaba a Gryffin¬dor en el último lugar. En una noche, habían acabado con cualquier posibilidad de que Gryffindor ganara la copa de la casa. Harry sentía como si le retorcieran el estómago. ¿Cómo podrían arreglarlo?
Harry no durmió aquella noche. Podía oír el llanto de Neville, que duró horas. No se le ocurría nada que decir para consolarlo. Sabía que Neville, como él mismo, tenía miedo de que amaneciera. ¿Qué sucedería cuando el resto de los de Gryffindor descubrieran lo que ellos habían hecho?
Al principio, los Gryffindors que pasaban por el gigan¬tesco reloj de arena, que informaba de la puntuación de la casa, pensaron que había un error. ¿Cómo iban a tener; súbi¬tamente, ciento cincuenta puntos menos que el día anterior? Y luego, se propagó la historia. Harry Potter; el famoso Harry Potter, el héroe de dos partidos de quidditch, les había hecho perder todos esos puntos, él y otros dos estúpidos de primer año.
De ser una de las personas más populares y admiradas del colegio, Harry súbitamente era el más detestado. Hasta los de Ravenclaw y Hufflepuff le giraban la cara, porque todos habían deseado ver a Slytherin perdiendo la copa. Por donde¬quiera que Harry pasara, lo señalaban con el dedo y no se molestaban en bajar la voz para insultarlo. Los de Slytherin, por su parte, lo aplaudían y lo vitoreaban, diciendo: «¡Gracias, Potter; te debemos una!».
Sólo Ron lo apoyaba.
—Se olvidarán en unas semanas. Fred y George han perdido puntos muchas veces desde que están aquí y la gente los sigue apreciando.
—Pero nunca perdieron ciento cincuenta puntos de una vez, ¿verdad? —dijo Harry tristemente.
—Bueno... no —admitió Ron.
Era un poco tarde para reparar los daños, pero Harry se juró que, de ahí en adelante, no se metería en cosas que no eran asunto suyo. Todo había sido por andar averiguando y es¬piando. Se sentía tan avergonzado que fue a ver a Wood y le ofreció su renuncia.
—¿Renunciar? —exclamó Wood—. ¿Qué ganaríamos con eso? ¿Cómo vamos a recuperar puntos si no podemos jugar al quidditch?
Pero hasta el quidditch había perdido su atractivo. El resto del equipo no le hablaba durante el entrenamiento, y si tenían que hablar de él lo llamaban «el buscador».
Hermione y Neville también sufrían. No pasaban tan¬tos malos ratos como Harry porque no eran tan conocidos, pero nadie les hablaba. Hermione había dejado de llamar la atención en clase, y se quedaba con la cabeza baja, trabajan¬do en silencio.
Harry casi estaba contento de que se aproximaran los exámenes. Las lecciones que tenía que repasar alejaban sus desgracias de su mente. Él, Ron y Hermione se quedaban juntos, trabajando hasta altas horas de la noche, tratando de recordar los ingredientes de complicadas pociones, apren¬diendo de memoria hechizos y encantamientos y repitiendo las fechas de descubrimientos mágicos y rebeliones de los gnomos.
Y entonces, una semana antes de que empezaran los exámenes, las nuevas resoluciones de Harry de no interferir en nada que no le concerniera sufrieron una prueba inespe¬rada. Una tarde que salía solo de la biblioteca oyó que alguien gemía en un aula que estaba delante de él. Mientras se acercaba, oyó la voz de Quirrell.
—No... no... otra vez no, por favor...
Parecía que alguien lo estaba amenazando. Harry se acerco.
—Muy bien... muy bien. —Oyó que Quirrell sollozaba.
Al segundo siguiente, Quirrell salió apresuradamente del aula, enderezándose el turbante. Estaba pálido y parecía a punto de llorar. Desapareció de su vista y Harry pensó que ni siquiera lo había visto. Esperó hasta que dejaron de oírse los pasos de Quirrell y entonces inspeccionó el aula. Parecía vacía, pero la puerta del otro extremo estaba entreabierta. Harry estaba a mitad de camino, cuando recordó que se ha¬bía prometido no meterse en lo que no le correspondía.
Al mismo tiempo, habría apostado doce Piedras Filoso¬fales a que Snape acababa de salir del aula y, por lo que Harry había escuchado, Snape debería estar de mejor humor... Quirrell parecía haberse rendido finalmente.
Harry regresó a la biblioteca, en donde Hermione esta¬ba repasándole Astronomía a Ron. Harry les contó lo que había oído.
—¡Entonces Snape lo hizo! —dijo Ron—. Si Quirrell le dijo cómo romper su encantamiento anti-Fuerzas Oscuras...
—Pero todavía queda Fluffy —dijo Hermione.
—Tal vez Snape descubrió cómo pasar ante él sin pre¬guntarle a Hagrid —dijo Ron, mirando a los miles de libros que los rodeaban—. Seguro que por aquí hay un libro que dice cómo burlar a un perro gigante de tres cabezas. ¿Qué va¬mos a hacer, Harry?
La luz de la aventura brillaba otra vez en los ojos de Ron, pero Hermione respondió antes de que Harry lo hiciera.
—Ir a ver a Dumbledore. Eso es lo que debimos hacer hace tiempo. Si se nos ocurre algo a nosotros solos, con segu¬ridad vamos a perder.
—¡Pero no tenemos pruebas! —exclamó Harry—. Qui¬rrell está demasiado atemorizado para respaldarnos. Snape sólo tiene que decir que no sabía cómo entró el trol en Ha¬lloween y que él no estaba cerca del tercer piso en ese mo¬mento. ¿A quién pensáis que van a creer, a él o a nosotros? No es exactamente un secreto que lo detestamos. Dumble¬dore creerá que nos lo hemos inventado para hacer que lo echen. Filch no nos ayudaría aunque su vida dependiera de ello, es demasiado amigo de Snape y, mientras más alumnos pueda echar, mejor para él. Y no olvidéis que se supone que no sabemos nada sobre la Piedra o Fluffy. Serían muchas ex¬plicaciones.
Hermione pareció convencida, pero Ron no.
—Si investigamos sólo un poco...
—No —dijo Harry en tono terminante—: ya hemos in¬vestigado demasiado.
Acercó un mapa de Júpiter a su mesa y comenzó a apren¬der los nombres de sus lunas.


A la mañana siguiente, llegaron notas para Harry, Hermio¬ne y Neville, en la mesa del desayuno. Eran todas iguales.

Vuestro castigo tendrá lugar a las once de la noche.
El señor Filch os espera en el vestíbulo de entrada.

Prof M. McGonagall

En medio del furor que sentía por los puntos perdidos, Harry había olvidado que todavía les quedaban los castigos. De alguna manera esperaba que Hermione se quejara por te¬ner que perder una noche de estudio, pero la muchacha no dijo una palabra. Como Harry, sentía que se merecían lo que les tocara.
A las once de aquella noche, se despidieron de Ron en la sala común y bajaron al vestíbulo de entrada con Neville. Filch ya estaba allí y también Malfoy. Harry también había olvidado que a Malfoy lo habían condenado a un castigo.
—Seguidme —dijo Filch, encendiendo un farol y condu¬ciéndolos hacia fuera—. Seguro que os lo pensaréis dos veces antes de faltar a otra regla de la escuela, ¿verdad? —dijo, mi¬rándolos con aire burlón—. Oh, sí... trabajo duro y dolor son los mejores maestros, si queréis mi opinión... es una lástima que hayan abandonado los viejos castigos... colgaros de las muñecas, del techo, unos pocos días. Yo todavía tengo las cadenas en mi oficina, las mantengo engrasadas por si alguna vez se necesitan... Bien, allá vamos, y no penséis en escapar, porque será peor para vosotros si lo hacéis.
Marcharon cruzando el oscuro parque. Neville comenzó a respirar con dificultad. Harry se preguntó cuál sería el cas¬tigo que les esperaba. Debía de ser algo verdaderamente ho¬rrible, o Filch no estaría tan contento.
La luna brillaba, pero las nubes la tapaban, dejándo¬los en la oscuridad. Delante, Harry pudo ver las ventanas iluminadas de la cabaña de Hagrid. Entonces oyeron un grito lejano.
—¿Eres tú, Filch? Date prisa, quiero empezar de una vez.
El corazón de Harry se animó: si iban a estar con Hagrid, no podía ser tan malo. Su alivio debió aparecer en su cara, porque Filch dijo:
—Supongo que crees que vas a divertirte con ese papa¬natas, ¿no? Bueno, piénsalo mejor, muchacho... es al bosque adonde iréis y mucho me habré equivocado si volvéis todos enteros.
Al oír aquello, Neville dejó escapar un gemido y Malfoy se detuvo de golpe.
—¿El bosque? —repitió, y no parecía tan indiferente como de costumbre—. Hay toda clase de cosas allí... dicen que hay hombres lobo.
Neville se aferró de la manga de la túnica de Harry y dejó escapar un ruido ahogado.
—Eso es problema vuestro, ¿no? —dijo Filch, con voz ra¬diante—. Tendríais que haber pensado en los hombres lobo antes de meteros en líos.
Hagrid se acercó hacia ellos, con Fang pegado a los talo¬nes. Llevaba una gran ballesta y un carcaj con flechas en la espalda.
—Menos mal —dijo—. Estoy esperando hace media hora. ¿Todo bien, Harry, Hermione?
—Yo no sería tan amistoso con ellos, Hagrid —dijo con frialdad Filch—. Después de todo, están aquí por un castigo.
—Por eso llegáis tarde, ¿no? —dijo Hagrid, mirando con rostro ceñudo a Filch—. ¿Has estado dándoles sermones? Eso no es lo que tienes que hacer. A partir de ahora, me hago cargo yo.
—Volveré al amanecer —dijo Filch— para recoger lo que quede de ellos —añadió con malignidad. Se dio la vuelta y se encaminó hacia el castillo, agitando el farol en la oscuridad.
Entonces Malfoy se volvió hacia Hagrid.
—No iré a ese bosque —dijo, y Harry tuvo el gusto de no¬tar miedo en su voz.
—Lo harás, si quieres quedarte en Hogwarts —dijo Hagrid con severidad—. Hicisteis algo mal y ahora lo vais a pagar.
—Pero eso es para los empleados, no para los alumnos. Yo pensé que nos harían escribir unas líneas, o algo así. Si mi padre supiera que hago esto, él...
—Te dirá que es así como se hace en Hogwarts —gruñó Hagrid—. ¡Escribir unas líneas! ¿Y a quién le serviría eso? Ha¬réis algo que sea útil, o si no os iréis. Si crees que tu padre prefiere que te expulsen, entonces vuelve al castillo y coge tus cosas. ¡Vete!
Malfoy no se movió. Miró con ira a Hagrid, pero luego bajó la mirada.
—Bien, entonces —dijo Hagrid—. Escuchad con cuida¬do, porque lo que vamos a hacer esta noche es peligroso y no quiero que ninguno se arriesgue. Seguidme por aquí, un mo¬mento.
Los condujo hasta el límite del bosque. Levantando su farol, señaló hacia un estrecho sendero de tierra, que desapa¬recía entre los espesos árboles negros. Una suave brisa les le¬vantó el cabello, mientras miraban en dirección al bosque.
—Mirad allí —dijo Hagrid—. ¿Veis eso que brilla en la tierra? ¿Eso plateado? Es sangre de unicornio. Hay por aquí un unicornio que ha sido malherido por alguien. Es la segun¬da vez en una semana. Encontré uno muerto el último miér¬coles. Vamos a tratar de encontrar a ese pobrecito herido. Tal vez tengamos que evitar que siga sufriendo.
—¿Y qué sucede si el que hirió al unicornio nos encuen¬tra a nosotros primero? —dijo Malfoy, incapaz de ocultar el miedo de su voz.
—No hay ningún ser en el bosque que os pueda herir si estáis conmigo o con Fang —dijo Hagrid—. Y seguid el sen¬dero. Ahora vamos a dividirnos en dos equipos y seguiremos la huella en distintas direcciones. Hay sangre por todo el lu¬gar, debieron herirlo ayer por la noche, por lo menos.
—Yo quiero ir con Fang —dijo rápidamente Malfoy, mi¬rando los largos colmillos del perro.
—Muy bien, pero te informo de que es un cobarde —dijo Hagrid—. Entonces yo, Harry y Hermione iremos por un lado y Draco, Neville y Fang, por el otro. Si alguno encuentra al unicornio, debe enviar chispas verdes, ¿de acuerdo? Sacad vuestras varitas y practicad ahora... está bien... Y si alguno tiene problemas, las chispas serán rojas y nos reuniremos to¬dos... así que tened cuidado... en marcha.
El bosque estaba oscuro y silencioso. Después de andar un poco, vieron que el sendero se bifurcaba. Harry, Hermione y Hagrid fueron hacia la izquierda y Malfoy, Neville y Fang se dirigieron a la derecha.
Anduvieron en silencio, con la vista clavada en el suelo. De vez en cuando, un rayo de luna a través de las ramas ilu¬minaba una mancha de sangre azul plateada entre las hojas caídas.
Harry vio que Hagrid parecía muy preocupado.
—¿Podría ser un hombre lobo el que mata los unicor¬nios? —preguntó Harry
—No son bastante rápidos —dijo Hagrid—. No es tan fá¬cil cazar un unicornio, son criaturas poderosamente mági¬cas. Nunca había oído que hubieran hecho daño a ninguno.
Pasaron por un tocón con musgo. Harry podía oír el agua que corría: debía de haber un arroyo cerca. Todavía había manchas de sangre de unicornio en el serpenteante sendero.
—¿Estás bien, Hermione? —susurró Hagrid—. No te preocupes, no puede estar muy lejos si está tan malherido, y entonces podremos... ¡PONEOS DETRÁS DE ESE ÁRBOL!
Hagrid cogió a Harry y Hermione y los arrastró fuera del sendero, detrás de un grueso roble. Sacó una flecha, la puso en su ballesta y la levantó, lista para disparar. Los tres escu¬charon. Alguien se deslizaba sobre las hojas secas. Parecía como una capa que se arrastrara por el suelo. Hagrid miraba hacia el sendero oscuro pero, después de unos pocos segun¬dos, el sonido se alejó.
—Lo sabía —murmuró—. Aquí hay alguien que no debe¬ría estar.
—¿Un hombre lobo? —sugirió Harry.
—Eso no era un hombre lobo, ni tampoco un unicornio —dijo Hagrid con gesto sombrío—. Bien, seguidme, pero te¬ned cuidado.
Anduvieron más lentamente, atentos a cualquier ruido. De pronto, en un claro un poco más adelante, algo se movió visiblemente.
—¿Quién está ahí? —gritó Hagrid—. ¡Déjese ver... estoy armado!
Y apareció en el claro... ¿era un hombre o un caballo? De la cintura para arriba, un hombre, con pelo y barba rojizos, pero por debajo, el cuerpo de pelaje zaino de un caballo, con una cola larga y rojiza. Harry y Hermione se quedaron bo¬quiabiertos.
—Oh, eres tú, Ronan —dijo aliviado Hagrid—. ¿Cómo estás?
Se acercó y estrechó la mano del centauro.
—Que tengas buenas noches, Hagrid —dijo Ronan. Te¬nía una voz profunda y acongojada—. ¿Ibas a dispararme?
—Nunca se es demasiado cuidadoso —dijo Hagrid, to¬cando su ballesta—. Hay alguien muy malvado, perdido en este bosque. Ah, éste es Harry Potter y ella es Hermione Granger. Ambos son alumnos del colegio. Y él es Ronan. Es un centauro.
—Nos hemos dado cuenta —dijo débilmente Hermione.
—Buenas noches —los saludó Ronan—. ¿Estudiantes, no? ¿Y aprendéis mucho en el colegio?
—Eh...
—Un poquito —dijo con timidez Hermione.
—Un poquito. Bueno, eso es algo. —Ronan suspiró. Tor¬ció la cabeza y miró hacia el cielo—. Esta noche, Marte está brillante.
—Ajá —dijo Hagrid, lanzándole una mirada—. Escucha, me alegro de haberte encontrado, Ronan, porque hay un uni¬cornio herido. ¿Has visto algo?
Ronan no respondió de inmediato. Se quedó con la mira¬da clavada en el cielo, sin pestañear, y suspiró otra vez.
—Siempre los inocentes son las primeras víctimas —dijo—. Ha sido así durante los siglos pasados y lo es ahora.
—Sí —dijo Hagrid—. Pero ¿has visto algo, Ronan? ¿Algo desacostumbrado?
—Marte brilla mucho esta noche —repitió Ronan, mien¬tras Hagrid lo miraba con impaciencia—. Está inusualmente brillante.
—Sí, claro, pero yo me refería a algo inusual que esté un poco más cerca de nosotros —dijo Hagrid—. Entonces ¿no has visto nada extraño?
Otra vez, Ronan se tomó su tiempo para contestar. Has¬ta que, finalmente, dijo:
—El bosque esconde muchos secretos.
Un movimiento en los árboles detrás de Ronan hizo que Hagrid levantara de nuevo su ballesta, pero era sólo un se¬gundo centauro, de cabello y cuerpo negro y con aspecto más salvaje que Ronan.
—Hola, Bane —saludó Hagrid—. ¿Qué tal?
—Buenas noches, Hagrid, espero que estés bien.
—Sí, gracias. Mira, le estaba preguntando a Ronan si había visto algo extraño últimamente. Han herido a un uni¬cornio. ¿Sabes algo sobre eso?
Bane se acercó a Ronan. Miró hacia el cielo.
—Esta noche Marte brilla mucho —dijo simplemente.
—Eso dicen —dijo Hagrid de malhumor—. Bueno, si al¬guno ve algo, me avisáis, ¿de acuerdo? Bueno, nosotros nos vamos.
Harry y Hermione lo siguieron, saliendo del claro y mi¬rando por encima del hombro a Ronan y Bane, hasta que los árboles los taparon.
—Nunca —dijo irritado Hagrid— tratéis de obtener una respuesta directa de un centauro. Son unos malditos astrólo¬gos. No se interesan por nada más cercano que la luna.
—¿Y hay muchos de ellos aquí? —preguntó Hermione.
—Oh, unos pocos más... Se mantienen apartados la ma¬yor parte del tiempo, pero siempre aparecen si quiero hablar con ellos. Los centauros tienen una mente profunda... saben cosas... pero no dicen mucho.
—¿Crees que era un centauro el que oímos antes? —dijo Harry.
—¿Te pareció que era ruido de cascos? No, en mi opinión, eso era lo que está matando a los unicornios... Nunca he oído algo así.
Pasaron a través de los árboles oscuros y tupidos. Harry seguía mirando por encima de su hombro, con nerviosismo. Tenía la desagradable sensación de que los vigilaban. Estaba muy contento de que Hagrid y su ballesta fueran con ellos. Acababan de pasar una curva en el sendero cuando Hermio¬ne se aferró al brazo de Hagrid.
—¡Hagrid! ¡Mira! ¡Chispas rojas, los otros tienen pro¬blemas!
—¡Vosotros esperad aquí! —gritó Hagrid—. ¡Quedaos en el sendero, volveré a buscaros!
Lo oyeron alejarse y se miraron uno al otro, muy asusta¬dos, hasta que ya no oyeron más que las hojas que se movían alrededor.
—¿Crees que les habrá pasado algo? —susurró Hermione.
—No me importará si le ha pasado algo a Malfoy, pero si le sucede algo a Neville... está aquí por nuestra culpa.
Los minutos pasaban lentamente. Les parecía que sus oídos eran más agudos que nunca. Harry detectaba cada rá¬faga de viento, cada ramita que se rompía. ¿Qué estaba suce¬diendo? ¿Dónde estaban los otros?
Por fin, un ruido de pisadas crujientes les anunció el regreso de Hagrid. Malfoy, Neville y Fang estaban con él. Ha¬grid estaba furioso. Malfoy se había escondido detrás de Neville y, en broma, lo había cogido. Neville se aterró y envió las chispas.
—Vamos a necesitar mucha suerte para encontrar algo, después del alboroto que habéis hecho. Bueno, ahora voy a cambiar los grupos... Neville, tú te quedas conmigo y Her¬mione. Harry, tú vas con Fang y este idiota. Lo siento —aña¬dió en un susurro dirigiéndose a Harry— pero a él le va a costar mucho asustarte y tenemos que terminar con esto.
Así que Harry se internó en el corazón del bosque, con Malfoy y Fang. Anduvieron cerca de media hora, internándose cada vez más profundamente, hasta que el sendero se volvió casi imposible de seguir, porque los árboles eran muy grue¬sos. Harry pensó que la sangre también parecía más espesa.
Había manchas en las raíces de los árboles, como si la pobre criatura se hubiera arrastrado en su dolor. Harry pudo ver un claro, más adelante, a través de las enmarañadas ramas de un viejo roble.
—Mira... —murmuró, levantando un brazo para detener a Malfoy
Algo de un blanco brillante relucía en la tierra. Se acer¬caron más.
Sí, era el unicornio y estaba muerto. Harry nunca había visto nada tan hermoso y tan triste. Sus largas patas delga¬das estaban dobladas en ángulos extraños por su caída y su melena color blanco perla se desparramaba sobre las hojas oscuras.
Harry había dado un paso hacia el unicornio, cuando un sonido de algo que se deslizaba lo hizo congelarse en donde estaba. Un arbusto que estaba en el borde del claro se agitó... Entonces, de entre las sombras, una figura encapuchada se acercó gateando, como una bestia al acecho. Harry, Malfoy y Fang permanecieron paralizados. La figura encapuchada llegó hasta el unicornio, bajó la cabeza sobre la herida del animal y comenzó a beber su sangre.
—¡AAAAAAAAAAAAAH!
Malfoy dejó escapar un terrible grito y huyó... lo mismo que Fang. La figura encapuchada levantó la cabeza y miró directamente a Harry. La sangre del unicornio le chorreaba por el pecho. Se puso de pie y se acercó rápidamente hacia él... Harry estaba paralizado de miedo.
Entonces, un dolor le perforó la cabeza, algo que nunca había sentido, como si la cicatriz estuviera incendiándose. Casi sin poder ver, retrocedió. Oyó cascos galopando a sus es¬paldas, y algo saltó limpiamente y atacó a la figura.
El dolor de cabeza era tan fuerte que Harry cayó de rodi¬llas. Pasaron unos minutos antes de que se calmara. Cuando levantó la vista, la figura se había ido. Un centauro estaba ante él. No era ni Ronan ni Bane: éste parecía más joven, te¬nía cabello rubio muy claro, cuerpo pardo y cola blanca.
—¿Estás bien? —dijo el centauro, ayudándolo a ponerse de pie.
—Sí... gracias... ¿qué ha sido eso?
El centauro no contestó. Tenía ojos asombrosamente azules, como pálidos zafiros. Observó a Harry con cuidado, fi¬jando la mirada en la cicatriz que se veía amoratada en la frente de Harry.
—Tú eres el chico Potter —dijo—. Es mejor que regreses con Hagrid. El bosque no es seguro en esta época en especial para ti. ¿Puedes cabalgar? Así será más rápido... Mi nombre es Firenze —añadió, mientras bajaba sus patas de¬lanteras, para que Harry pudiera montar en su lomo.
Del otro lado del claro llegó un súbito ruido de cascos al galope. Ronan y Bane aparecieron velozmente entre los ár¬boles, resoplando y con los flancos sudados.
—¡Firenze! —rugió Bane—. ¿Qué estás haciendo? Tie¬nes un humano sobre el lomo! ¿No te da vergüenza? ¿Es que eres una mula ordinaria?
—¿Te das cuenta de quién es? —dijo Firenze—. Es el chi¬co Potter. Mientras más rápido se vaya del bosque, mejor.
—¿Qué le has estado diciendo? —gruñó Bane—. Recuer¬da, Firenze, juramos no oponernos a los cielos. ¿No has leído en el movimiento de los planetas lo que sucederá?
Ronan dio una patada en el suelo con nerviosismo.
—Estoy seguro de que Firenze pensó que estaba obran¬do lo mejor posible —dijo, con voz sombría.
También Bane dio una patada, enfadado.
—¡Lo mejor posible! ¿Qué tiene eso que ver con nosotros? ¡Los centauros debemos ocuparnos de lo que está vaticinado! ¡No es asunto nuestro el andar como burros buscando huma¬nos extraviados en nuestro bosque!
De pronto, Firenze levantó las patas con furia y Harry tuvo que aferrarse para no caer.
—¿No has visto ese unicornio? —preguntó Firenze a Bane—. ¿No comprendes por qué lo mataron? ¿O los plane¬tas no te han dejado saber ese secreto? Yo me lanzaré contra el que está al acecho en este bosque, con humanos sobre mi lomo si tengo que hacerlo.
Y Firenze partió rápidamente, con Harry sujetándose lo mejor que podía, y dejó atrás a Ronan y Bane, que se interna¬ron entre los árboles.
Harry no entendía lo sucedido.
—¿Por qué Bane está tan enfadado? —preguntó—. Y a pro¬pósito, ¿qué era esa cosa de la que me salvaste?
Firenze redujo el paso y previno a Harry que tuviera la cabeza agachada, a causa de las ramas, pero no contestó. Siguieron andando entre los árboles y en silencio, durante tan¬to tiempo que Harry creyó que Firenze no volvería a hablar¬le. Sin embargo, cuando llegaron a un lugar particularmente tupido, Firenze se detuvo.
—Harry Potter, ¿sabes para qué se utiliza la sangre de unicornio?
—No —dijo Harry, asombrado por la extraña pregun¬ta—. En la clase de Pociones solamente utilizamos los cuer¬nos y el pelo de la cola de unicornio.
—Eso es porque matar un unicornio es algo monstruoso —dijo Firenze—. Sólo alguien que no tenga nada que perder y todo para ganar puede cometer semejante crimen. La san¬gre de unicornio te mantiene con vida, incluso si estás al bor¬de de la muerte, pero a un precio terrible. Si uno mata algo puro e indefenso para salvarse a sí mismo, conseguirá media vida, una vida maldita, desde el momento en que la sangre toque sus labios.
Harry clavó la mirada en la nuca de Firenze, que parecía de plata a la luz de la luna.
—Pero ¿quién estaría tan desesperado? —se preguntó en voz alta—. Si te van a maldecir para siempre, la muerte es mejor, ¿no?
—Es así —dijo Firenze— a menos que lo único que nece¬sites sea mantenerte vivo el tiempo suficiente para beber algo más, algo que te devuelva toda tu fuerza y poder, algo que haga que nunca mueras. ¿Harry Potter, sabes qué está escondido en el colegio en este preciso momento?
—¡La Piedra Filosofal! ¡Por supuesto... el Elixir de Vida! Pero no entiendo quién...
—¿No puedes pensar en nadie que haya esperado mu¬chos años para regresar al poder, que esté aferrado a la vida, esperando su oportunidad?
Fue como si un puño de hierro cayera súbitamente sobre la cabeza de Harry. Por encima del ruido del follaje, le pare¬ció oír una vez más lo que Hagrid le había dicho la noche en que se conocieron: «Algunos dicen que murió. En mi opinión, son tonterías. No creo que le quede lo suficiente de humano como para morir».
—¿Quieres decir —dijo con voz ronca Harry— que era Vol...?
—¡Harry! Harry, ¿estás bien?
Hermione corría hacia ellos por el sendero, con Hagrid resoplando detrás.
—Estoy bien —dijo Harry, casi sin saber lo que con¬testaba—. El unicornio está muerto, Hagrid, está en ese cla¬ro de atrás.
—Aquí es donde te dejo —murmuró Firenze, mientras Hagrid corría a examinar al unicornio—. Ya estás a salvo.
Harry se deslizó de su lomo.
—Buena suerte, Harry Potter —dijo Firenze—. Los pla¬netas ya se han leído antes equivocadamente, hasta por cen¬tauros. Espero que ésta sea una de esas veces.
Se volvió y se internó en lo más profundo del bosque, de¬jando a Harry temblando.


Ron se había quedado dormido en la oscuridad de la sala co¬mún, esperando a que volvieran. Cuando Harry lo sacudió para despertarlo, gritó algo sobre una falta en quidditch. Sin embargo, en unos segundos estaba con los ojos muy abiertos, mientras Harry les contaba, a él y a Hermione, lo que había sucedido en el bosque.
Harry no podía sentarse. Se paseaba de un lado al otro, ante la chimenea. Todavía temblaba.
—Snape quiere la piedra para Voldemort... y Voldemort está esperando en el bosque... ¡Y todo el tiempo pensábamos que Snape sólo quería ser rico!
—¡Deja de decir el nombre! —dijo Ron, en un aterroriza¬do susurro, como si pensara que Voldemort pudiera oírlos.
Harry no lo escuchó.
—Firenze me salvó, pero no debía haberlo hecho... Bane estaba furioso... Hablaba de interferir en lo que los planetas dicen que sucederá... Deben decir que Voldemort ha vuelto... Bane piensa que Firenze debió dejar que Voldemort me ma¬tara. Supongo que eso también está escrito en las estrellas.
—¿Quieres dejar de repetir el nombre? —dijo Ron.
—Así que lo único que tengo que hacer es esperar que Snape robe la Piedra —continuó febrilmente Harry—.. En¬tonces Voldemort podrá venir y terminar conmigo... Bueno, supongo que Bane estará contento.
Hermione parecía muy asustada, pero tuvo una palabra de consuelo.
—Harry, todos dicen que Dumbledore es al único al que Quien-tú-sabes siempre ha temido. Con Dumbledore por aquí, Quien-tú-sabes no te tocará. De todos modos, ¿quién puede decir que los centauros tienen razón? A mí me parecen adivinos y la profesora McGonagall dice que ésa es una rama de la magia muy inexacta.
El cielo ya estaba claro cuando terminaron de hablar. Se fueron a la cama agotados, con las gargantas secas. Pero las sorpresas de aquella noche no habían terminado.
Cuando Harry abrió la cama encontró su capa invisible, cuidadosamente doblada. Tenía sujeta una nota:

Por las dudas.