• ANUNCIA AQUÍ

    Digital Solutions Perú EIRL, te ofrece el servicio de publicidad por nuestros blogs, contamos con más de 2000 visitas diarias, aproximadamente 60000 personas verán tu publicidad por nuestro servico al mes. Llámanos y por una suma pequeña podrás tener tu aviso publicitario, con un enlace directo a tu web. Y si no tiene página web nosotros te la creamos...

  • APOYA A LA ESCUELA USDA - TRUJILLO

    Estimados lectores, estamos apoyando esta noble causa, tan solo con un pequeño aporte puedes dar la alegría a niñoz de escasos recursos. Lo que se necesita son implementos escolares, cualquier tipo de ayuda será bien recibido. Gracias.....

El Hombre de la Máscara de Hierro 27

Posted by Digital Solutions Perú EIRL On 1/02/2009 03:48:00 p. m. No comments

El Hombre de la Máscara de Hierro
Alejandro Dumas

27

EL ÚLTIMO ADIÓS

Indice | Siguiente

Raúl lanzó una exclamación de alegría y abrazó con ternura a Porthos, Aramis y Athos se abrazaron como se abrazan los hombres maduros, y aun para el primero aquel abrazo equivalió a una pregunta, pues dijo sin tardanza:

––Amigo mío, estamos aquí por poco rato.
––¡Ah! ––exclamó el conde.
––El tiempo de poneros al tanto de mi buena suerte, ––repuso Porthos.
––¡Ah! ––exclamó Raúl.
Athos miró a Aramis, cuyo ademán sombrío le pareció poco en armonía con la buena nueva de que hablaba Vallón.
––¿Qué buena suerte os ha traído? ––preguntó Raúl sonriéndose.
––El rey me hace duque, ––respondió con misterio el buen Porthos inclinándose hasta el oído del joven duque vitalicio. Pero los apartes del coloso eran siempre lo bastante sonoros para que todos los oyeran.
Athos lanzó una exclamación que hizo estremecer a Aramis, que se apoyó en el brazo de su amigo, y, después de haber pedido licencia a Porthos para hablar algunos momentos aparte, dijo al conde:
––Mi querido Athos, estoy transido de dolor.
––¡De dolor! ––exclamó el conde; ––¿qué decís, mi querido amigo?
––He aquí en dos palabras lo que pasa: he conspirado contra el rey, la conspiración ha abortado, y a esta hora es indudable que me buscan.
––¡Os buscan!... ¡una conspiración!... Pero ¿qué estáis diciendo, amigo mío?
––La triste verdad. Estoy perdido.
––Pero Porthos ... ese título de duque... ¿qué significa todo eso?
––Esta es la causa de mi pesadumbre mayor; esta mi herida más profunda. En la creencia de un triunfo infalible, arrastré a Porthos en mi conjuración, a la que aplicó todas sus fuerzas, sin saber absolutamente nada, y hoy está comprometido y perdido como yo.
––¡Dios santo! ––exclamó el conde volviéndose hacia Porthos, que le dirigió una sonrisa de cariño.
––Es menester que lo comprendáis todo, ––prosiguió Aramis. ––Escuchadme.
Y Herblay contó la historia que ya conocemos.
––Era una grande idea, ––repuso el conde, ––pero también una falta muy grande...
––De la que estoy castigado, ––exclamó Aramis.
––Por eso no os revelaré por entero mi pensamiento.
––No temáis en manifestármelo.
––Pues bien, lo que habéis hecho vos es un crimen.
––Capital, lo sé; es crimen de lesa majestad.
––¡Pobre Porthos! ––dijo el conde.
––¿Qué queréis que haga? Ya os he dicho que el triunfo era seguro.
––Fouquet es hombre honrado.
––Y yo un necio por haberle juzgado tan mal. ––dijo Aramis –– ¡Oh sabiduría de los hombres! ¡oh muela inmensa que tritura un mundo, y que a lo mejor es detenida por el grano de arena que cae no se sabe cómo en sus rodajes!
––¡Decid por un diamante, Herblay. En fin, ya el mal no tiene remedio. ¿Qué pensáis hacer?
––Me llevo conmigo a Porthos, pues el rey nunca querrá creer que nuestro buen amigo ha obrado candorosamente creyendo que al hacer la que ha hecho servía a su soberano. Pagaría con su cabeza mi falta, y no lo consiento.
––¿Adónde os le lleváis?
––Primeramente a Belle-Isle, que es un refugio inexpugnable; luego, y en una embarcación que tengo preparada, nos trasladaremos a Inglaterra, donde estoy bien relacionado.
––¿Vos a Inglaterra?
––O a España, donde todavía tengo más amigos.
––Al desterrar a Porthos, le arruináis, pues el rey confiscará sus bienes.
––Todo está previsto. Una vez en España, arbitraré la manera de reconciliarme con Luis XIV y de hacer que Porthos entre nuevamente en su gracias.
––Por lo que veo, gozáis de gran valimiento, ––dijo Athos con discreción.
––Muy grande, y al servicio de mis amigos, amigo Athos, ––dijo Aramis acompañando sus palabras de un sincero apretón de manos.
––Gracias, ––repuso el conde.
––Y pues parece que viene rodado, perdonad que os diga que también vos y Raúl estáis descontentos a causa de los agravios que os ha inferido el rey. Imitad nuestro ejemplo. Pasad a BelleIsle, y luego veremos... Os doy palabra de que dentro de un mes habrá estallado la guerra entre Francia y España a causa de ese hijo de Luis XIII, que es también infante, y al cual Francia detiene inhumanamente. Ahora bien, como Luis XIV no querrá que por esta causa se encienda una guerra, os garantizo una transacción cuyo resultado será la grandeza de Porthos y mía, y un ducado en Francia para vos, que ya sois grande de España. ¿Aceptáis?
––No; prefiero tener algo que echar en cara al rey; es un orgullo natural entre los de mi linaje el aspirar a la superioridad sobre las estirpes reales. Si yo hiciese lo que me proponéis, quedaría obligado al rey, y cuanto ganaría en lo material, lo perdería en mi conciencia. Gracias.
––Pues dadme dos cosas: vuestra absolución...
––Si realmente os habíais propuesto vengar al débil y al oprimido contra el opresor, os la doy, Aramis.
––Me basta, ––repuso Herblay sonrojándose. Ahora, dadme vuestros dos mejores caballos para el segundo relevo, pues so pretexto de un viaje que el señor de Beaufort hace por estos parajes, me los han negado en el relevo cercano.
––Tendréis mis dos caballos mejores, Aramis, y os recomiendo a Porthos.
––Nada temáis. Dos palabras más; ¿os parece que hago para con él lo que debo?
––Estando, como está hecho el mal sí; porque el rey no lo perdonaría, y luego , por más que él diga, siempre tenéis un apoyo en el señor Fouquet, que nos os abandonará, ya que no obstante su heroico comportamiento, también está muy comprometido.
––Decís bien. He ahí por qué en vez de embarcarme inmediatamente, lo que daría a comprender mi temor y me haría culpable voy a quedarme en territorio francés. Pero Belle-Isle será para mí el territorio que yo quiera: inglés, español o romano, todo consiste en el pabellón que yo enarbole.
––¿Cómo así?
––Yo soy quien ha fortificado a Belle-Isle, y mientras yo la defienda, no habrá quien ponga la planta en ella. Además de que, como vos lo habéis dicho hace poco, puedo contar con el señor Fouquet, lo cual quiere decir que sin el consentimiento del superintendente no atacarán a Belle-Isle.
––Es verdad. Sin embargo, sed prudente. Aramis se sonrió.
––Os recomiendo a Porthos, ––repitió el conde con fría insistencia.
––Nuestro hermano Porthos seguirá mi suerte, ––repuso Aramis en el mismo tono.
Athos se inclinó y estrechó la mano de Aramis; luego se acercó al Porthos y le dio un efusivo abrazo.
––¿Verdad que nací con buena estrella? ––repuso él, embozándose en su amplia capa.
Venid, amigo mío, ––dijo Aramis.
Raúl se había anticipado para dar las órdenes del caso y hacer ensillar los dos caballos.
Ya el grupo se había dividido; ya Athos miraba a sus amigos a punto de partir, cuando algo así como una niebla pasó por delante de los ojos del conde y le cayó cual losa de plomo sobre el corazón.
––¡Es singular! ––dijo entre sí Athos. ––¿De qué nace ese anhelo de abrazar nuevamente a Porthos?
Precisamente Vallón se había vuelto, y se acercaba con los brazos abiertos a su antiguo amigo.
Aquel último abrazo encerró tanta ternura como en la juventud, como en los tiempos en que el corazón latía con fuerza, como en los días en que la vida se presentaba color de rosa.
Porthos subió sobre el caballo, mientras Aramis se volvía para echar nuevamente los brazos al cuello de Athos.
Este vio a sus dos amigos en el camino real alargarse en la sombra con sus blancas capas. Cual dos fantasmas, los fugitivos se agrandaban a proporción que iban alejándose, y no fue entre la niebla, no en la pendiente del suelo donde desaparecieron: al final de la perspectiva, Aramis y Porthos pareció como que habían dado con los pies a sus cuerpos un impulso que les hizo perderse evaporados en las nubes.
Entonces y con el corazón opreso Athos entró otra vez en su casa y dijo a Bragelonne:
––El corazón me dice que no volveré a ver a esos dos hombres. De repente atrajo la atención de padre e hijo hacia la alameda, un rumor de caballos y de voces.
Algunos porta antorchas a caballo sacudían alegremente sus hachas en los árboles del camino, y de cuando en cuando volvían el rostro para no alejarse de los jinetes que les seguían.
Aquella luz, aquel ruido, el polvo que levantaban una docena de caballos ricamente enjaezados, hicieron estupendo contraste en medio de la noche con la desaparición sorda y fúnebre de Porthos y de Aramis.
Athos entró en su casa; pero apenas hubo llegado a su terraza, cuando pareció que la verja se inflamaba, todas las antorchas se detuvieron y abrasaron con su claridad el camino.
––¡El señor duque de Beaufort! ––gritó una voz.
Athos al oír aquel grito, se abalanzó a la verja.

Indice | Siguiente

Capitulos: | Indice | 01 | 02 | 03 | 04 | 05 | 06 | 07 | 08 | 09 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 |
| 15 | 16 | 17 | 18 | 19 | 20 | 21 | 22 | 23 | 24 | 25 | 26 | 27 | 28 | 29 | 30 | 31 | 32 |
| 33 | 34 | 35 | 36 | 37 | 38 | 39 | 40 | 41 | 42 | 43 | 44 | 45 | 46 | 47 | 48 | 49 | 50 |
| 51 | 52 | 53 | 54 | 55 | 56 |

0 comentarios:

Publicar un comentario